Él siempre pululaba por los pasillos a altas horas; su cuerpo no necesitaba descansar y, por ello, requería retos que mantuvieran su concentración al máximo. Sus amigos no entendían cómo era el primero en llegar a las ubicaciones establecidas por los mandos.
Una noche, cuando hacía su ronda y pasaba delante de una puerta abierta, tuvo que retroceder; no daba crédito a lo que había visto: una cuadrilla de soldados estaba violando a una cadete. Se acercó y los separó. Los soldados, airados, se volvieron y, al darse cuenta de con quién se enfrentaban, se subieron los pantalones y se largaron a desfogarse en otro lugar..
Le tendió la mano para ayudarla a levantarse; ella intentaba mostrarse fuerte.
—Te acompañaré al hospital —dijo él, ofreciéndole su gabán.
—No, no necesito ir al hospital —respondió ella, temerosa de las consecuencias en su compañía.
—No pienses en las consecuencias para tu compañía, sino en las tuyas —refirió él respetuosamente.
—Yo me encargaré de que no te quiten privilegios, pero ahora deberías ir al hospital —se reafirmó él—. Venga, te llevo —dijo él, cogiéndola suavemente del brazo.
Tenía un jeep de su propiedad y la ayudó a subir al asiento del copiloto. Se puso al volante, salió de la base y se dirigió al hospital. Una vez en el hospital, él les informó que habían tratado de violarla.
Tras la primera exploración, le dijeron que había un desgarro vaginal, tomaron muestras de semen y la mantuvieron en observación mientras él se dirigía a buscar a la cuadrilla que había cometido tal fechoría. Los llevó ante sus mandos, que le agradecieron la rápida diligencia. Los juzgaron y fueron encarcelados varios años en una cárcel militar.
Él, después de entregar a los culpables a los mandos, regresó al hospital para cerciorarse de que ella estaba bien. Entró en la habitación con delicadeza; ella dormía y se sentó en una de las incómodas sillas que había en la habitación. Ella se despertó y lo vio a su lado.
—Hola de nuevo, me han dicho que te darán el alta en dos días —dijo él suavemente.
—No sé cómo agradecerte todo lo que has hecho por mí —dijo ella, compungida.
—Me gustaría que no dejaras la academia —dijo él, viendo el rostro apesadumbrado de ella—. Sé que volver ahora será muy duro, pero no es necesario que vuelvas ahora mismo. Tómate el tiempo que necesites y, cuando estés preparada, yo te ayudaré a ponerte al día.
M. D. Álvarez
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