Las obras del convento habían comenzado al amanecer, llenando el aire con el sonido de martillos y risas. Las monjas, con sus hábitos oscuros, trabajaban codo a codo, uniendo sus fuerzas en un esfuerzo colectivo. Entre ellas, Sofía, la novicia, que apenas contaba con 18 años, había oído la llamada y ahí estaba su fe.
Mientras levantaban paredes, ella percibió una hermosa luz dorada que emanaba de un robledal cercano. Se aproximó y descubrió a un precioso querubín que le dijo: "Tú serás la portadora de su palabra", y después, siempre la luz dorada le mostró el camino hacia su vida monacal.
M. D. Álvarez
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