Su verdadera personalidad aún no había surgido, pero ya daba destellos de su carácter.
En vez de apacible y tranquila, ya mostraba los primeros signos de mal genio y tenía que atajarlos de raíz si quería evitar sufrir las consecuencias.
El tratamiento era muy simple y sencillo: amor, amor y más amor.
M. D. Alvarez
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