La quería con locura, pero no podía controlar mis impulsos; cada vez que la veía, me entraban unos sudores y me ponía rojo como un tomate.
No podía seguir así y mucho menos sin decírselo. Aproveché un descanso para abordarla en la cafetería.
Lo que no llego a recordar es si logré decirle algo, porque lo único que recuerdo fue la bofetada sonora y su cara de incredulidad.
M. D. Alvarez
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