Aquel dolor lo sumía en un constante sinvivir. Ella se percató de que algo le ocurría cuando, desde el trampolín más alto, cayó a la piscina.
—¡Sa matao! —rezongó uno de sus amigos, creyendo que estaba fingiendo. Pero ella no dudó; se lanzó al agua para rescatarlo. Con esfuerzo, logró sacarlo del agua; él estaba inconsciente, pero respiraba. Le tomó las constantes vitales; su pulso parecía el de un potro desbocado. Urgió a que llamaran a una ambulancia.
Ya en el hospital, lo llevaron a un box donde lo trataron con suma delicadeza, pues quien lo había rescatado era la princesa del país vecino, que pasaba las vacaciones como socorrista.
M. D. Álvarez
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