Los árboles que surgían alrededor del tejo parecían danzar al compás de un viento invisible, sus hojas susurrando secretos antiguos. Flores de colores vibrantes brotaban del suelo, creando un tapiz multicolor que celebraba la vida. El aire estaba impregnado de fragancias dulces y frescas, como si la propia tierra estuviera agradecida por este renacer.
Sin embargo, en medio de esta belleza, el licántropo sintió una sombra cruzar su mente. ¿Realmente era digno de ser el guardián de tal milagro? Había luchado contra aquellos que destrozaban la tierra, pero también había conocido la oscuridad en su interior. La lucha constante entre su naturaleza salvaje y su deseo de proteger lo sagrado lo llenaba de dudas.
—¿Por qué me eliges a mí? —preguntó al joven tejo, cuya corteza ahora brillaba con una luz dorada bajo el sol.
—Porque dentro de ti hay un corazón puro —respondió el tejo con una voz serena—. Has demostrado tu compromiso con la naturaleza y has luchado en su nombre. Tu esencia es parte del ciclo de la vida.
El licántropo sintió cómo esas palabras penetraban en lo más profundo de su ser. Se dio cuenta de que no estaba solo en su misión; cada planta, cada árbol, cada criatura tenía un papel en el ecosistema. Y él era uno de ellos, un guardián en un mundo que tanto necesitaba su protección.
A medida que se alejaba del crómlech, observó cómo el crecimiento del tejo atraía a aves y pequeños animales. La vida florecía a su alrededor, como si todo estuviera celebrando el renacer del bosque sagrado. Entonces, recordó las historias que le contaba su madre sobre los antiguos druidas y su conexión con la tierra. Ellos también habían conocido el poder del tejo y lo habían venerado como un símbolo de longevidad y renovación.
Con renovada determinación, decidió dedicar su vida a proteger ese lugar sagrado y todos los espacios naturales que pudiera alcanzar. Las criaturas del bosque le habían mostrado que cada pequeño acto contaba; desde plantar un árbol hasta cuidar de un arroyo.
Esa noche, mientras las estrellas titilaban sobre él, se sentó junto al recién plantado tejo y cerró los ojos. En su mente visualizó un futuro donde los humanos convivieran en armonía con la naturaleza. Un mundo donde no solo sobrevivieran los árboles antiguos, sino que cada brote nuevo tuviera la oportunidad de crecer.
El joven lubhair parecía escuchar sus pensamientos, sus ramas meciéndose suavemente como si compartiera esa visión. Y así fue como nació una nueva alianza entre el licántropo y la naturaleza: juntos lucharían por un futuro donde cada ser vivo tuviera cabida.
M. D. Álvarez
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