Ella lo miró con ojos brillantes mientras se acercaban al lecho, cada caricia era una promesa silenciosa de lo que estaba por venir. Él sintió cómo el mundo exterior se desvanecía; solo existían ellos dos en ese instante perfecto.
—He estado esperando este momento —susurró ella, su voz envuelta en ternura.
Él sonrió, sintiendo que cada palabra resonaba en su corazón. No solo era el deseo físico lo que los unía; era una conexión profunda y sincera que los hacía sentir completos.
Mientras sus labios se encontraban con una mezcla de pasión y dulzura, él la tomó suavemente de la cintura y la acercó más a él. El aroma de las rosas llenaba el aire, mezclándose con el calor de sus cuerpos. Cada beso era un viaje hacia lo desconocido, un descubrimiento del amor en su forma más pura.
A medida que la noche avanzaba, compartieron risas y susurros llenos de promesas. Se dejaron llevar por la corriente de sus emociones, creando recuerdos imborrables en ese refugio lleno de luz y amor.
Cuando finalmente se recostaron juntos bajo las suaves sábanas, él sintió cómo todas sus preocupaciones se desvanecían. En ese momento, rodeado por el calor de su amor y la fragancia de las rosas, supo sin lugar a dudas que había encontrado su hogar.
—Te prometo que siempre estaré aquí —dijo él en un murmullo mientras acariciaba su cabello.
Ella sonrió y cerró los ojos, dejando que el sonido de su voz la envolviera como una manta cálida.
—Y yo siempre seré tu refugio —respondió ella antes de caer en un sueño profundo y sereno.
M. D. Álvarez
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