miércoles, 19 de noviembre de 2025

Instinto primario. 2da parte.

Con la sangre aún fresca en sus fauces y el eco del rugido del oso resonando en sus oídos, el protagonista sintió que el poder corría por sus venas. Sin embargo, en lo profundo de su ser, una voz le recordaba la razón detrás de su brutal cacería. Ella. Su imagen, dulce y serena, aparecía en su mente como un faro en la oscuridad.

A medida que se adentraba en el bosque, su corazón latía con fuerza, no solo por la emoción de la pelea ganada, sino por la ansiedad de regresar a ella. Cada paso lo acercaba a lo que deseaba, pero también lo enfrentaba con la realidad de lo que había hecho. La sed de sangre había sido saciada, pero ¿a qué costo?

De repente, un crujido entre los arbustos lo hizo detenerse. Su instinto le decía que no estaba solo. Con movimientos sigilosos, se ocultó detrás de un árbol y observó. Un grupo de ciervos pastaba tranquilamente en un claro cercano. La naturaleza seguía su curso ajena a su violencia reciente.

Sin embargo, no era el momento de cazar de nuevo. Se obligó a alejarse del claro; debía controlar sus instintos primarios si quería volver a ella sin ser consumido por la oscuridad que había despertado en él.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad de caminata entre sombras y ecos del bosque, llegó al borde del claro donde solían encontrarse. La luna brillaba intensamente, iluminando el lugar con un resplandor plateado. Allí estaba ella, sentada sobre una roca, mirando hacia el horizonte con una expresión pensativa.

Al verla, una oleada de emociones lo inundó; el deseo y la ternura luchaban contra los vestigios de su furia reciente. Se acercó lentamente, sintiendo cómo cada paso era más difícil que el anterior. Cuando ella giró la cabeza y sus ojos se encontraron con los suyos, todo cambió.

—Te he estado esperando —dijo ella con una voz suave pero firme.

Él se detuvo frente a ella, sintiendo el peso de sus acciones sobre sus hombros.

—No quiero que me veas así —respondió él, dejando escapar un susurro lleno de arrepentimiento—. No quiero ser solo un monstruo.

Ella se levantó y se acercó a él sin ningún miedo en sus ojos.

—No eres un monstruo; eres más que eso. Todos tenemos nuestras batallas internas —dijo mientras acariciaba suavemente su mejilla ensangrentada—. Lo importante es qué elegimos hacer después.

Las palabras resonaron en su interior como un eco sanador. En ese momento comprendió que no importaba cuán oscura fuera su lucha; siempre habría un camino hacia la luz si tenía a alguien a su lado dispuesto a aceptarlo tal como era.

Juntos contemplaron las estrellas brillando sobre ellos mientras él comenzaba a dejar atrás las sombras del pasado y abrazar el futuro que podían construir juntos.

M. D. Álvarez 

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