Sus fuerzas ya no eran tan vitales como cuando era un lobo joven, aunque su espíritu seguía siendo indomable y noble. Cuando la conoció, su mundo comenzó a cambiar; se aproximaba cada día más a los humanos, a pesar de las advertencias de su augusta madre.
Él solo deseaba verla, y cada día se arriesgaba más, osando dejar regalos en el alféizar de su ventana: unas veces, los primeros capullos de rosas silvestres; otras, preciosas piedras de vivos colores. Un buen día, ella quiso saber quién era su admirador y lo espetó tras los cristales. Vio salir una figura gigantesca entre la oscuridad; traía algo brillante entre las manos. Cuando estuvo a tres pasos de su ventana, ella la abrió y vio a un adorable licántropo de ojos azules y pelaje dorado.
Él intentó huir, pero ella lo retuvo diciendo:
—"¿Por qué huyes, mi noble y hermoso licántropo, si todos los días me traes presentes? Me gustaría verte bien", dijo ella con dulzura.
—"No soy ni noble ni hermoso, pero me gusta deleitarme con la belleza de tus ojos verdes", dijo él con su dulce voz.
—"Para mí, eres más noble y hermoso que los amaneceres", refirió ella con determinación.
—Me harías el honor de entrar en mi humilde cabaña, refirió ella con suma delicadeza.
El licántropo recordaba las historias que su dulce madre le contaba sobre los humanos que eran crueles y despiadados, que cazaban a los de su naturaleza por mero capricho.
—Dudas, no te lo reprocho; yo también dudaría si fueras tú. Os hemos maltratado y vituperado sin contemplaciones, pero no todos somos iguales.,dijo ella con tanta resolución que no pudo menos que aceptar su ofrecimiento
M..D. Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario