Su noble alcurnia lo hacía imparable; su sangre de jaguar lo convertía en una fiera sanguinaria que no tenía piedad de sus enemigos. Por ello, era el príncipe maya más laureado en todas las batallas. Su nombre era K'inich Janaab' Pakal en lengua maya, y traducido sería "Escudo Ave-Janaab’ de Rostro Solar". Tal era su arrojo y valor que el mismo sol había palidecido, tornando su luz en oscuridad. El joven K'inich Janaab' Pakal alzó su fuerte voz y ordenó al sol que saliera de su escondite si no quería verse atravesado por uno de sus certeros venablos. El sol apareció paulatinamente, fijando sus dorados rayos sobre el bravo guerrero. Había logrado dominar al astro rey y a su peor enemigo, B'olon U B'aah Noh-il Ye'eb', gobernante de la grandiosa Tikal.
A la avanzada edad de ochenta años, nuestro antaño fiero príncipe murió. Su pueblo lo enterró en la pirámide que él había ordenado construir, la pirámide de las inscripciones, en un suntuoso féretro construido de turmalina negra, sobre el que colocaron una losa gigantesca ricamente labrada con la efigie del soberano de Palenque, a quien todos conocemos como rey Pakal, el astronauta de Palenque.
M. D. Álvarez
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