Después de una noche de cacería, lo único que necesitaba era una ducha de agua caliente para quitarse el barro y las manchas de sangre que cubrían su aguerrido cuerpo.
Después de secarse, un spray le daría el olor deseado. No podía permitirse presentarse ante ella oliendo a animal salvaje, y menos cuando iba a solicitar una cita con la chica más encantadora de todas las que había conocido.
Ella era especial, una auténtica y divina diosa. Debería decidir con quién se quedaría: si con aquel armario ropero o con él, un atrevido cazador.
M. D. Álvarez
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