Lo único en lo que podía pensar era en que necesitaba a toda costa poseer a esa preciosidad. Sus 25 años, sus ojos azules y su cabello pelirrojo lo tenían de cabeza. No podía pensar en otra cosa.
Seguro que cuando la consiguiera, dejaría de tenerla siempre presente y el objeto de su deseo pasaría a ser otra de las muchas jovencitas que había por la calle.
¡Mujeriego! Sí. Pero tiene su explicación: solo había sido rechazado una vez y se juró no volver a serlo.
M. D. Alvarez
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