viernes, 8 de marzo de 2024

La ruleta de los secretos.

En un sórdido sótano en las entrañas de la ciudad, donde los desesperados se reunían para jugar a la ruleta rusa. No era un juego cualquiera; aquí, las balas no eran de plomo, sino secretos. Cada participante cargaba su revólver con una bala que contenía una verdad oculta, algo que preferirían llevarse a la tumba.

Un hombre con ojos cansados y una sonrisa amarga, se sentó alrededor de la mesa con los otros jugadores. Todos compartían la misma mirada de desesperación, la misma necesidad de liberarse de sus demonios internos. Pero el narrador sabía algo que los demás no: había descubierto la clave para sobrevivir.

El personaje de rojo, un enigmático anfitrión con una risa siniestra, giró la ruleta. El tambor hizo clic, y la bala pasó de un tambor a otro. El narrador sintió el frío metal contra su sien. ¿Qué secreto se revelaría? ¿Cuántos quedaban en este juego macabro?

Uno a uno, los jugadores apretaron el gatillo. Algunos cayeron muertos, sus secretos expuestos al mundo. Otros temblaron de alivio al descubrir que su bala estaba vacía. Pero el narrador sonrió. Sabía que la bala que le tocaba estaba cargada con la verdad más peligrosa de todas: la identidad de los fantasmas al otro lado.

Los fantasmas, vengativos y hambrientos de justicia, esperaban en la oscuridad. No guardaban rencor hacia el narrador, pero sí hacia aquellos que habían jugado con sus vidas. Y ahora, con cada disparo, se acercaban un poco más.

Apretó el gatillo. La bala salió disparada, y la habitación se llenó de humo. El personaje de rojo sonrió. "¿Cuántos quedan?", preguntó.

Él, se levantó, mirando a los fantasmas que se materializaban ante él. "Suficientes", respondió. "Pero no les diré quiénes son. Que ellos mismos lo descubran".

Y así, tontamente, el narrador se adentró en la oscuridad, dejando atrás a los descerebrados y sus secretos. Los fantasmas se abalanzaron sobre los sobrevivientes, y el sótano se llenó de gritos y confesiones.

El personaje de rojo observó desde la sombra. "¿Qué sabes, narrador?", susurró. Pero él ya no estaba allí. Solo quedaba el eco de su risa, cargada con la verdad que cambiaría todo.

M D Alvarez 

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