jueves, 7 de marzo de 2024

El árbol de la sabiduría.

El encuentro fue efímero, pero su impacto resonó en el tiempo. Nosotros dos, como dos almas errantes, nos cruzamos en un instante. Cada uno tenía una búsqueda, un anhelo secreto que se reflejaba en nuestros ojos.

Tú, con tus manos extendidas, recibiste una semilla. Era pequeña y aparentemente insignificante, pero contenía un potencial inmenso. La sostuviste con reverencia, como si supieras que dentro de esa cáscara dormía el destino de un bosque entero.

Yo, por mi parte, obtuve un recuerdo imborrable. No fue un simple recuerdo, sino una marca en el alma. Se grabó en mí como un tatuaje invisible pero eterno. Sabía que no podría separarme de él jamás.

Decidí plantar la semilla. La enterré en la tierra fértil, bajo la luz de la luna. Esperé con paciencia mientras las estaciones pasaban. Al cabo de algún tiempo, un tierno brote emergió. Sus hojas eran verdes y vibrantes, ansiosas por tocar el cielo.

El árbol creció con una determinación asombrosa. Su tronco se alzó, sus ramas se extendieron. Pero su naturaleza era indeterminada. No era un roble ni un cedro; era algo más antiguo, más misterioso. Sus raíces se hundieron profundamente en la tierra, buscando respuestas en las entrañas del mundo.

Y los frutos... oh, los frutos. Eran jugosos y tiernos, como prometiste. Pero no eran simples manjares para el paladar. Cada bocado otorgaba conocimiento. Quienes los probaban experimentaban visiones, recuerdos de vidas pasadas y revelaciones sobre el universo. El árbol se convirtió en un oráculo viviente.

A todo aquel que se atrevía a probar sus frutos, le otorgaba el don del saber infinito. Pero de momento, solo yo había tenido ese privilegio. Me sumergí en sus secretos, en sus verdades ocultas. Mi mente se expandió, mis ojos vieron más allá de lo visible.

Así pasaron los años. El árbol se convirtió en un punto de encuentro para almas sedientas de sabiduría. Pero yo seguía siendo su guardián solitario. El recuerdo original, el encuentro efímero, me sostenía. Era mi deber protegerlo, compartirlo con aquellos que buscaban respuestas.

Y así, en la sombra de sus hojas, continué mi relato. ¿Qué más aguarda en el corazón de este árbol? ¿Qué otros misterios se desvelarán con el tiempo? La historia sigue, y yo soy su narrador, su testigo silencioso.

M D Alvarez 

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