Lo que ocurrió fue que el fotógrafo se evaporó ante los presentes, que aterrados corrían despavoridos, sin fijarse en que la mujer a la que había retratado se colocaba unas gafas de sol que cubrían unos ojos color azabache.
Era la segunda vez que lograban retratarla, pero la primera vez que había sido en público. Por suerte, nadie se había fijado en ella.
Algún día encontraría la forma de librarse de la maldición de Medusa que le impedía mirar a la cara a ningún hombre.
M. D. Alvarez
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