Con este amargor tan extraño que les daba las lágrimas vertidas al cauce del Cocito, conseguiría, por fin, olvidar quién era, de dónde venía, a dónde se dirigía y, sobre todo, los gritos de dolor que había causado en sus víctimas.
Las mismas que habían dado origen al Cocito, con su llanto desgarrado, lo liberarían del amargo recuerdo.
M. D. Alvarez
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