Las conocía, escuchaba sus dulces cantos melodiosos que habrían vuelto locos a todos los hombres que los escuchaban, pero él era distinto a todos los hombres.
Él las escuchaba impertérrito, inamovible, y ellas, visiblemente alteradas, no comprendían por qué aquel simple mortal era inmune a sus melifluos cantos.
No sabían que no era un simple mortal. Era uno de los grandes héroes que deseaba satisfacer su curiosidad frente a las artimañas de las esquivas sirenas.
Solo una logró conmover su inquebrantable corazón. Ella sería su elegida. Las demás no lograron hacerlo vibrar y las dejó apartadas en su peñón favorito, y se llevó a la más bella de las sirenas, que siguió cantándole dulces sonatas a su héroe.
M. D. Alvarez
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