La cena se enfriaba en la mesa. La pelea había sido brutal, pero siempre se reconciliaban, aunque esta vez habían discutido delante de los niños.
Y estos, asustados, se habían escondido debajo de la cama. No salieron hasta que les prometí que no iba a pelear más.
Pero no pude cumplirlo y a las dos semanas ocurrió lo mismo. Esta vez, no lograron tranquilizarse. Los pequeños los miraron horrorizados; algo se había roto en su interior cuando vieron a su padre tirado en la cocina, sobre un charco de sangre, y a su madre con el cuchillo ensangrentado en la mano.
M. D. Alvarez
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