Todos los niños han sido buenos. A partir de ahí comienza mi arduo trabajo: he de comprobar la veracidad de sus actos. Ya que si uno solo de ellos no decía la verdad, entonces trastocaría el engranaje del creador de juguetes.
De pronto salta la alarma: se había colado en el sistema un angelito turbio. ¿Cómo era posible si los había verificado a todos y cada uno de aquellos angelitos?
A no ser aquel pillastre de ojos azules. Pero ¿quién podía arruinar la felicidad de aquel angelito? Según figuraba en las listas, era huérfano y al parecer un genio de la fabulación.
Que me la coló por toda la escuadra. Ya no había vuelta atrás. Recibiría su regalo como los demás y a mí me caería una terrible reprimenda.
M. D. Alvarez
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