jueves, 2 de octubre de 2025

La regius Angie.

Su inteligencia le hacía muy especial y tierno; ella lo sabía y lo dejaba cuando se enfrascaba en los libros. Era por algo muy especial, nunca sabía por dónde le iba a salir; solo podía esperar que su genio lo llevara a buen puerto. Aquella vez no volvió junto a ella, sino que se encerró en el laboratorio, donde estuvo trabajando cuatro meses. Al concluir su trabajo, regresó junto a ella; su sonrisa era arrolladora y traía algo oculto a su espalda.

—¿Qué traes ahí? —preguntó ella, curiosa.

—Un regalo para la más bella flor —dijo él con dulzura. 

Cuando descubrió el presente que le traía, ella supo que él era el indicado; le había ofrecido una hermosa plaza. No había otra igual en el planeta; su tersura y luminosidad eran maravillosas, pero la flor, ¡oh, Dios mío!, era la cosita más linda de todas las flores, era una hermosura adorable. 

—La he llamado Regius Angie en tu honor por esperarme siempre., respondió él con visible docilidad.

M. D. Álvarez 

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