—¿Qué traes ahí? —preguntó ella, curiosa.
—Un regalo para la más bella flor —dijo él con dulzura.
Cuando descubrió el presente que le traía, ella supo que él era el indicado; le había ofrecido una hermosa plaza. No había otra igual en el planeta; su tersura y luminosidad eran maravillosas, pero la flor, ¡oh, Dios mío!, era la cosita más linda de todas las flores, era una hermosura adorable.
—La he llamado Regius Angie en tu honor por esperarme siempre., respondió él con visible docilidad.
M. D. Álvarez
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