El monstruo era aterrador con sus 500 metros de altura, su apariencia horrible: un torso de rinoceronte, patas de jabalí y brazos de orangután cuajados de tentáculos que terminaban en cabezas de serpientes. Aunque lo más espantoso era su nauseabunda cabeza de cocodrilo; sus dientes eran aterradoramente gigantes y sus ojos no eran dos, sino ocho, todos de un color rojo sangre.
El mundo estaba a su merced. Solo podíamos esperar la llegada de nuestro salvador, el hijo de los dioses: Héctor.
Este había desaparecido desde la última misión que le encomendaron, y no supimos nada más de él.
Un momento: ¡hay algo sobre esa descomunal criatura! Él, haciendo acopio de toda su fuerza, la agarró y se elevó hasta el espacio donde todavía lucha con la cruel criatura. Gane o pierda, su vida será la más heroica de la tierra.
Héctor, el amado hijo de una humana y un ser celestial, siempre estará en nuestros corazones.
M. D. Álvarez"
No hay comentarios:
Publicar un comentario