sábado, 28 de septiembre de 2024

El lobo. Segunda parte.

El hombre lobo y la joven arquera, cuyo nombre era Elara, se convirtieron en inseparables compañeros. Juntos exploraban los bosques, cazaban para sobrevivir y compartían historias alrededor de la fogata. El lobo, que ahora tenía la capacidad de transformarse en humano, aprendió a comunicarse con Elara en ambos estados.

Una noche, bajo la luna llena, Elara confesó su deseo de encontrar una cura para su herida. La flecha en su pierna le causaba dolor constante y dificultaba su movilidad. El lobo, con su agudo olfato, rastreó hierbas medicinales y raíces curativas en el bosque. Juntos prepararon ungüentos y cataplasmas para aliviar el dolor de Elara.

Sin embargo, el lobo sabía que la verdadera cura estaba más allá del alcance de las hierbas terrestres. Recordó una antigua leyenda sobre una fuente mágica escondida en lo profundo del bosque. Se decía que sus aguas tenían el poder de sanar cualquier herida o enfermedad.

Guiados por la intuición y la esperanza, Elara y el lobo emprendieron un viaje peligroso hacia el corazón del bosque. Sortearon trampas, enfrentaron criaturas míticas y superaron pruebas de valentía. Finalmente, llegaron a un claro donde la luna brillaba sobre una pequeña cascada.

El lobo se sumergió en las aguas cristalinas y emergió como un hombre. Extendió la mano hacia Elara y la ayudó a entrar en la fuente. El agua sanó su herida al instante, y Elara sintió una energía renovada. Agradecida, abrazó al lobo y le susurró al oído:

-Ahora somos dos seres mágicos, unidos por la amistad y la curación. Juntos, exploraremos el mundo y protegeremos a quienes lo necesiten.

Y así, el hombre lobo y la arquera continuaron su aventura, enfrentando desafíos y compartiendo risas bajo la luna. Su amistad trascendió las diferencias de especie y demostró que el corazón noble y juguetón del lobito seguía latiendo en su forma adulta.

M. D. Álvarez 

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