Sin pensármelo dos veces, me tiro al agua desde una altura de 50 metros para rescatar a los accidentados del autobús. El accidente sucedió poco después de mi llegada y no me dio tiempo de despedirme de mi esposa e hija. Si no regresaba, no tendría tiempo de pedirles perdón por todo el daño que les había causado. Solo era cuestión de suerte poder volver junto a ellas y si lograba salvar a los pasajeros y regresar con mi familia, sería el hombre más dichoso del mundo.
M. D. Alvarez
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