Agárrate fuerte, le dijo él, para que se agarrara del cuello. Comenzó una carrera trepidante entre riscos, todo ello bajo fuego enemigo. Tenía que sacarla de allí; estaba herida y había sido por él.
Trepaba por los muros con gran maestría; ella parecía no pesarle.
No paró de correr por todo el campo de batalla, evitando que les alcanzara una bala o una bomba.
Solo se detuvo una vez cuando llegó a su lugar de refugio, donde se conocieron por primera vez.
En aquella cabaña, él curó sus heridas con cuidado, ternura y mimo. Y no se separó de ella hasta que se hubo recuperado.
M. D. Alvarez
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