Él se aferró a su decisión, con el corazón aún latiendo con fuerza por el miedo y la adrenalina. La imagen del monstruo acechando era vívida en su mente, sus fauces abiertas y sus garras afiladas listas para atacar. Pero ella no cedería, no mientras pudiera proteger a la otra.
Las heridas en su espalda ardían, un recordatorio constante del peligro que habían enfrentado. Sin embargo, el dolor físico era nada comparado con el que sentiría si la otra persona resultara herida. Ella era su prioridad, su responsabilidad, y no permitiría que nadie le hiciera daño.
Con una determinación renovada, se puso de pie, ignorando el dolor de sus heridas. Miró al monstruo con una mirada desafiante, listo para defenderla a ella a toda costa.
M. D. Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario