domingo, 6 de octubre de 2024

La presión.

La espina se clavó profundamente en su pecho, tras lo cual comenzó a sentir una sensación de desasosiego aterradora, pero no podía permitirse dar muestras de flaqueza. 

Aquella mujer había pisoteado su corazón de forma tan abrupta que casi le dejó sin aliento. Lo había rechazado sin más. Lo que no sabía él es que ella estaba siendo coaccionada para romperle el corazón. 

De regreso a casa, el corazón le dolía tan fuerte que parecía estar taladrando su alma.

Él se retiró a su cubil con la sensación de haber perdido las ganas de vivir. No comprendía el porqué de aquel rechazo.

Se sentía avergonzado porque sabía que a ella le gustaba. ¿Entonces, por qué lo ninguneó?

Se armó de valor y volvió, pero antes de llamar, miró por la ventana y descubrió a dos criaturas infernales que la mantenían presa.

Retrocedió unos metros y se lanzó contra la ventana, atravesándola. Se enfrentó a las dos bestias, logrando deshacerse de ellas. La desató y ella lo abrazó, diciéndole que no lo había dicho en serio, que solo trataba de protegerlo.

Él sabía que en la casa había alguien más alguien a quien ella temía y no quería que la hiciera daño.

Esperame aquí. Vuelvo enseguida, dijo él tranquilamente. 

Subió por la amplia escalera victoriana que le llevaba al segundo piso. La habitación principal estaba llena de cachivaches inservibles, pero había algo más ancestral y aterrador, aunque no lo veía, simplemente lo intuía. Un frío helador le golpeó de lleno, pero permaneció impasible.

- ¿Qué quieres de mí? -preguntó él.

- Tu vida. -respondió una voz en la penumbra.

- Te va a costar caro quitármela -dijo sin amedrentarse.

Lo vio de soslayo cuando iba a golpearle y logró esquivarlo, derribándolo de un puñetazo en el costado. Aquel ser oscuro era tangible, por lo tanto, podía golpearlo. Siguió esquivando sus ataques hasta que pudo lanzarle un izquierdazo al hígado que lo dobló de dolor.

- ¿Te rindes? -preguntó con sarcasmo.

- ¡Nunca! -gritó lanzándose hacia él. 

Logró zafarse y lo lanzó por encima de la barandilla, yéndose a estrellar contra una vieja bola del mundo.

- Ahora podemos irnos -dijo cogiéndola de la mano...

M. D. Álvarez

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