domingo, 6 de octubre de 2024

De vuelta al hogar

Aquella enfermedad lo estaba matando y ningún tratamiento experimental parecía hacer efecto. Solo podía pensar en ella, no podía, no quería dejarla sola. Iba siendo hora de que le contara la verdad. Quedó con ella en la cafetería donde se conocieron. 
Visiblemente nervioso, pero dispuesto a afrontar lo que viniese, comenzó diciéndole: "Sabes que te quiero más que a nadie en el mundo". 

Ella temió que la dejara e hizo ademán de interrumpirle, pero él la detuvo. "Déjame acabar, sino no tendré fuerzas para continuar. Te has dado cuenta de que mi salud está resentida, me muero, pero antes de que te enfades conmigo, he de decirte que ninguno de los tratamientos experimentales ha surtido efecto. Pero sigo luchando, aún me queda una bala en la recámara, tengo que partir solo, hay un lugar donde pueden salvarme la vida 

¿Por qué no me dijiste nada? Tú lo eres todo para mí. Iremos donde haga falta". 

"Lo siento, pero tú no puedes venir, debo ir solo, pero volveré, te doy mi palabra".


Él partió en una nave ligera en dirección a la nube de Ort; más allá de ella estaba su origen y su familia, solo ellos podían recuperar su salud.

Al llegar a su destino, lo estaban esperando y lo introdujeron en una de las muchas cápsulas regenerativas. Tardó 15 días en recuperarse.

Cuando salió, se dirigió a su madre, la única que comprendía a su hijo pequeño y el porqué de su huida de aquel mundo. Aquel faro seguía brillando con más fulgor que antes. Ella lo estaba esperando.

"He de partir, madre. Te debo mi vida, un día lograré saldar mi deuda contigo", le dijo. La abrazó con amor y partió de nuevo hacia su destino.

"Ve con ella, hijo mío, y que todo el amor del universo te acompañe", le dijo su madre al oído.

M. D. Álvarez 

La presión.

La espina se clavó profundamente en su pecho, tras lo cual comenzó a sentir una sensación de desasosiego aterradora, pero no podía permitirse dar muestras de flaqueza. 

Aquella mujer había pisoteado su corazón de forma tan abrupta que casi le dejó sin aliento. Lo había rechazado sin más. Lo que no sabía él es que ella estaba siendo coaccionada para romperle el corazón. 

De regreso a casa, el corazón le dolía tan fuerte que parecía estar taladrando su alma.

Él se retiró a su cubil con la sensación de haber perdido las ganas de vivir. No comprendía el porqué de aquel rechazo.

Se sentía avergonzado porque sabía que a ella le gustaba. ¿Entonces, por qué lo ninguneó?

Se armó de valor y volvió, pero antes de llamar, miró por la ventana y descubrió a dos criaturas infernales que la mantenían presa.

Retrocedió unos metros y se lanzó contra la ventana, atravesándola. Se enfrentó a las dos bestias, logrando deshacerse de ellas. La desató y ella lo abrazó, diciéndole que no lo había dicho en serio, que solo trataba de protegerlo.

Él sabía que en la casa había alguien más alguien a quien ella temía y no quería que la hiciera daño.

Esperame aquí. Vuelvo enseguida, dijo él tranquilamente. 

Subió por la amplia escalera victoriana que le llevaba al segundo piso. La habitación principal estaba llena de cachivaches inservibles, pero había algo más ancestral y aterrador, aunque no lo veía, simplemente lo intuía. Un frío helador le golpeó de lleno, pero permaneció impasible.

- ¿Qué quieres de mí? -preguntó él.

- Tu vida. -respondió una voz en la penumbra.

- Te va a costar caro quitármela -dijo sin amedrentarse.

Lo vio de soslayo cuando iba a golpearle y logró esquivarlo, derribándolo de un puñetazo en el costado. Aquel ser oscuro era tangible, por lo tanto, podía golpearlo. Siguió esquivando sus ataques hasta que pudo lanzarle un izquierdazo al hígado que lo dobló de dolor.

- ¿Te rindes? -preguntó con sarcasmo.

- ¡Nunca! -gritó lanzándose hacia él. 

Logró zafarse y lo lanzó por encima de la barandilla, yéndose a estrellar contra una vieja bola del mundo.

- Ahora podemos irnos -dijo cogiéndola de la mano...

M. D. Álvarez

sábado, 5 de octubre de 2024

La cita.

Con un aspecto formidablemente pero incómodo, se disponía a pedirle una cita a la chica de sus sueños.

Ella estaba en un corrillo con un grupo de amigas y amigos. En cuanto se acercó, ellos se plantaron delante para impedirle el paso y sus amigas quisieron llevársela de allí, pero ella insistió en quedarse, al parecer, a ella también le gustaba. 

El más gallito de sus amigos le espetó diciendo: "¿Y tú qué quieres? ¿No ves que ni siquiera te mira?" E intentó golpearle. Él esquivó el golpe, haciendo que el amigo perdiera el equilibrio y cayera de bruces. 

Los otros amigos quisieron golpearle, pero ella se lo impidió. "Dejadle en paz o os vais a enterar de quién soy yo", dijo ella. Él sabía que era de armas tomar. 

Ella le pidió que se acercara, lo llevó aparte y le pidió que no fuera tan duro con sus amigos, después de lo cual le besó dulcemente, sellando su relación que terminó con una boda fastuosa.

M. D. Álvarez 

La boca del averno.

El terror más puro había anidado en su pequeño corazón. Había perdido a su hermanita, un año menor que él, la había soltado de la mano en aquella aglomeración y la perdió de vista en dirección a la boca del metro. 

Se dirigió hacia allí y descendió las escaleras que le llevarían a un mundo oscuro lleno de criaturas tenues, oscuras y etéreas. Buscó con ahínco pero no la encontró, así que se adentró aún más en la madriguera del averno. 

Su descenso lo fue sumiendo en las tinieblas, pero él persistía en encontrar a su hermana, tal era su amor por ella que no le importó que las tinieblas invadieran su corazón. 

Cuando llegó a lo más profundo de aquella sima, la halló profundamente dormida. Se sintió inmensamente feliz, la cogió en brazos y comenzó su arduo ascenso desde las profundidades. Cuando llegaron arriba, los dos estaban cambiados, eran casi adultos. 

Ella lo observaba con cariño, pues había arriesgado su alma por ir a buscarla; siempre la buscaría, tal era su devoción por ella, su hermana pequeña.. 

M.D. Álvarez

Escalofrío.

Mientras se bebía su margarita hawaiana, comenzó a sentir un escalofrío que le recorría la espalda. Algo iba mal, pero no lograba saber qué era. Así que siguió tomándose su bebida sin hacer caso a lo que su instinto le decía. 

Se percató cuando fue a coger su moto, se puso el casco y la arrancó, pero antes de acelerar, algo le golpeó en la espalda, lanzándolo al centro del aparcamiento. Se incorporó presto para responder al ataque, pero no había nadie en los alrededores. Así que, dolorido y tambaleándose, pidió un taxi. Ya recogería su moto.

Al llegar a su casa, el escalofrío se había intensificado, y un presentimiento aún más fuerte le invadió. Entró con cautela, revisando cada habitación, pero no encontró nada. Al llegar a su dormitorio, una figura oscura se abalanzó sobre él, tapándole la boca y arrastrándolo hacia la oscuridad. Un grito ahogado resonó en la noche, mientras la figura lo sacaba por la ventana.

La mañana siguiente, la policía encontró la moto abandonada en el aparcamiento, intacta. La casa estaba vacía, sin señales de lucha ni de la víctima. 

El caso se archivó como una simple desaparición, dejando un misterio sin resolver y un escalofrío que aún recorría la espalda de aquellos que lo recordaban.

M. D. Álvarez 

3500 kilos

La fuerza de su voz movía a todos a danzar en trance; su torrente de voz podía llevar al éxtasis a todos sus seguidores, entre los que me encontraba yo.

Pero yo estaba allí para cuidar de que todo saliera a las mil maravillas: el espectáculo de luz y color debía ser meticulosamente orquestado, el escenario sería la apoteosis, sería arrastrado por uno de los hombres más fuertes de todos los tiempos.

En aquel preciso momento, me estaba poniendo el arnés para arrastrar la plataforma hasta el medio del escenario. Solo me costó arrancar, pero yo podía con aquellos 3500 kilos de acero.

Ella se sorprendió al verme aparecer arrastrando su plataforma, donde ella se subiría 15 minutos después. Al terminar la actuación, vino a mi camerino y me dio las gracias por la entrada tan espectacular que había efectuado.

M. D. Álvarez.

M. D. Álvarez 

viernes, 4 de octubre de 2024

El amor entre un hombre lobo y una diosa.

Ella era su diosa y, por tanto, inalcanzable, o eso creía él. Ella lo había descubierto observándola mientras jugaba con sus amigas. No se enfadó, es más, le pareció tierno y adorable. 

Por él estaría dispuesta a renunciar a su inmortalidad. Le pidió que se acercara. Era un ejemplar precioso de hombre lobo joven y tímido. 

Mansamente se aproximó al grupito de amigas, que huyeron despavoridas, menos ella, que lo acarició dulcemente con cariño. 

Él había sido el responsable de que renunciara a su inmortalidad, pero le daba igual, lo amaba y sabía que era correspondida.

M. D.  Álvarez

Ingenuo.

Él había sido siempre un ingenuo por naturaleza, pero aquello iba a cambiar cuando la conoció a ella. Su actitud y carácter se volvieron irascibles y problemáticos.

Odiaba cuando la miraban con deseo, ávidos de poseerla. Ella no era para ellos, ni mucho menos, era para él. Su carácter ingenuo, bondadoso y pacífico había hecho aparecer una estrella en el firmamento.

Ella estudió su estrella y lo localizó por la luz que irradiaba cuando se encontraba en paz. Su luz comenzó a decrecer conforme intentaban separarla de su lado. Hubo peleas y discusiones que terminaron cuando sacó su genio a pasear y no dejó títere con cabeza.

Después de lo cual, su luz comenzó de nuevo a lucir con más intensidad que antes, junto a ella.

M. D. Álvarez

M. D. Álvarez 

El tapiz.

La triple cocción era el secreto mejor guardado de Ariadna. Sus bordados debían tener un acabado perfecto si quería impresionar a su adorado señor. 

Le dedicó más de dos años para tejer e hilar un tapiz donde las hazañas de su señor quedaron plasmadas. 

Tal era su arte que ese mismo tapiz apareció en la tumba del rey de Micenas Agamenón; llegando hasta nuestros días, se encuentra expuesto en el Museo Pompidou, mostrando las hazañas del divino Aquiles en la sangrienta y cruel guerra de Troya. 

Donde el bravo Aquiles diezmó a casi todas las tropas, seguido por sus leales mirmidones, hasta que en una de las contiendas se topó con una hermosa esclava que lo mantuvo lejos de la batalla hasta que su bello primo Patroclo murió a manos del héroe de Troya, Héctor. 

Desde aquel instante no hubo paz para Troya hasta que acabó arrasada por las tropas griegas. 

Todo ello estaba reflejado en el hermoso tapiz que la bella Ariadna tejió con mágicos hilos indestructibles e imperecederos, para mostrar su amor y hazañas de su señor Aquiles.

M. D. Álvarez 

Temerario.

A ella le gustaba, pero la enervaba su cabezonería, su forma de exponerse al peligro, aunque sabía que era por ella..

Ella le miraba con una mezcla de ternura y exasperación. Sabía que su impulsividad y su desprecio por el peligro nacían de un corazón noble y valiente, pero no podía evitar sentir un nudo de preocupación en el estómago cada vez que se lanzaba a una nueva aventura temeraria.

"Eres un loco", le decía entre risas y reproches. "Un día de estos te vas a meter en un lío del que no podrás salir".

Él solo le sonreía con picardía, acariciándole la mejilla con suavidad. "No te preocupes, mi amor", le susurraba. "Siempre encuentro la manera de salir airoso".

Ella no podía evitar rendirse ante su encanto y su despreocupada valentía. Aunque lo regañaba y le pedía que tuviera cuidado, en el fondo admiraba su espíritu aventurero y su capacidad para afrontar cualquier desafío con una sonrisa en el rostro.

Sabía que nunca lograría cambiarlo, y tampoco lo deseaba realmente. Era parte de lo que lo hacía tan especial, tan diferente a los demás. Y, en el fondo, también le gustaba un poco su lado temerario. Le daba emoción a su vida, la hacía sentir viva.

M. D. Álvarez 

Intrépida. 2 parte.

La chica, cautivada por el joven noble, dejó atrás su vida de aventuras y se sumergió en un mundo de lujos y protocolos. Sin embargo, pronto descubrió que la jaula dorada también tenía sus cadenas. 

El joven, aunque apuesto y encantador, ocultaba secretos oscuros. La chica anhelaba la libertad que había perdido y empezó a buscar una salida.

Una noche, mientras la luna brillaba en el cielo, se escapó sigilosamente del castillo. Corrió hacia el bosque, donde sus amigos la esperaban con los brazos abiertos. Allí, entre risas y abrazos, encontró la verdadera felicidad: la libertad y el amor sincero.

M. D.  Álvarez 

El hombre de las nieves.

Una calavera, pequeña y solo su capacidad craneal sobrepasaba la nuestra de forma considerable. ¡Qué criatura tan extraordinaria acababan de encontrar en una gruta del Himalaya! Solo encontraron ese cráneo envuelto en una piel de tigre de las nieves. Dataron los restos en unos 3500 años. Su aparición nos revela que los abominables hombres de las nieves fueron y son reales, que su cultura funeraria era muy rica porque además del cráneo encontraron hachas y cuchillos de sílex. Aquella criatura era muy importante para alguien. Y nosotros la habíamos desenterrado con el consiguiente peligro de desencadenar una maldición. Según algunas leyendas: A quienes perturban el descanso de los muertos no se les permitirá seguir existiendo. ¡Así que cuidado con los saqueadores de tumbas, porque podría estar cerca su fin!
M. D.  Alvarez 

Sombras.

Sombras tiñen de negro mi corazón oscuro que vaga entre las tinieblas. Sigue esperando a su alma gemela que nunca aparecerá, pues su sino es el de permanecer solo y sombrío.

Como única compañía, un cuervo blanco que hace las veces de conciencia y otras de advertencia si alguien o algo se acerca con la intención de tocar mi corazón. 

Su sola presencia era suficiente para detener a los incautos. Al solo tacto de una mano caliente, lo derretiría, dejando mi corazón expuesto a la luz más cegadora.

M. D. Álvarez

jueves, 3 de octubre de 2024

Amor bajo una palmera

Bajo una palmera, mientras él dormía, ella lo observaba dormir tranquilo y sosegado. No parecía el mismo chico pendenciero y buscabroncas que decía ser. Ella empezaba a sospechar que era todo fachada; era un chico tierno, amable y amigo de sus amigos.

Sabían que podían contar con él para lo que fuera. A ella le gustaba ese puntito rebelde que tenía con ella. Entre ellos dos había una conexión especial. 

Los dos eran Géminis y se atraían inexorablemente, se unirían en un amor tierno y dulce. Ella era lo suficientemente adorable y entusiasta, sabía lo que quería y lo lograría. Ahora lo quería a él y no habría fuerza lo suficientemente poderosa que le prohibiera amarlo.

M. D. Álvarez 

Frío y carismático.

Ella había logrado tocar su corazón frío y distante. Lo quería, no por ser su líder, sino porque conocía su temperamento y su frialdad. Todo era debido a su cargo. 

No siempre fue tan frío; lo recordaba de pequeño, cuando era inquieto y adorable. Sabía que su pasión estaba oculta bajo toneladas de bloques de hielo. 

Sin embargo, ahora lo necesitaban frío, pues tenía que decidir con cautela. Sabía que haría lo mejor para que nadie saliera herido. La decisión no le llevó ni dos milisegundos. 

Lo que hizo sorprendió a todos, salvo a ella. Se sacrificó por todos; su vida debía tener alicientes para él. La amaba, pero jamás sería suya. 

Su responsabilidad como líder le obligaba a decidir el mal menor. Si estuviera en otras condiciones, se habría mostrado cálido y apasionado, pero ya era tarde. 

El primer impacto le hirió en el brazo izquierdo, pero no le detuvo; siguió avanzando bajo las balas, llevándose centenares de miles de vidas por delante. No dejaría ninguno vivo, así su equipo lograría salvarse, y su mundo también.

M. D.  Álvarez 

Afrodita y Héctor.

La más hermosa entre todas, así se veía ella, dichosa ante todos, elegida por el único al que no había seducido.

Él la escogió por su corazón e inteligencia. Se conocían por redes sociales, pero no se habían visto nunca. Ella era la hija de Urano, aunque a ella le gustaba presumir de parentela diciendo que era hija del dios tonante, Zeus, y de Dione.

Se había enamorado del único ser humano que no la veía como a una diosa, pero la trataba como tal. Se reunieron en su lugar favorito: en los antiguos bosques de la saqueada Troya. Habían transcurrido 4184 años, pero sus espíritus seguían unidos en el amor.

Ella lo esperaba en la penumbra del bosque de Diana, anhelaba su llegada. Él sabía que ella era su amor verdadero y único; el destino los había unido para toda la eternidad.

M. D. Álvarez

En penumbras.

Su peor enemigo lo atosigaba y vilipendiaba por ser tan altruista y bondadoso.

Lo que no pudo prever fue el cambio tan radical de su actitud, era porque atacó a su bienamada, se volvió irascible y malvado. Sus ansias de destruirlo lo pillaron por sorpresa, sin darle tiempo a reaccionar. Lo borró del mapa sin contemplaciones.

Su vida había cambiado para mal, sin ella, su faro. Todo era oscuridad, sin luz su corazón se volvió tenebroso y sombrío. Ella ya no estaba para guiarlo de nuevo a la luz, se quedaría atrapado en un reino de penumbras y sombras. Solo y abandonado por los que lo querían, abandonó la luz para sumirse en la oscuridad perpetua. Ni los amigos se atrevían a molestarlo por miedo a su reacción. Solo su pequeña hija se sentaba a su lado y le cogía de la mano. Él sentía su calor, pero no podía volver su alma oscura, ya no tenía retorno.
M. D. Álvarez 

Angie

El balandro navegaba por las aguas a una velocidad de 200 nudos, capitaneado por un lobo de mar hábil en el manejo de las velas y el timón.

Con un solo mástil y 15 metros de eslora, logró lo que nadie había conseguido hasta ahora. 

Con todo el velamen izado, logró capear tormentas y huracanes. Ninguna tempestad se atrevió a tocar su embarcación, era el último hijo de Poseidón y dominaba los vientos a su antojo surcando a velocidades endiabladas borrascas, huracanes y tifones. 

Nada ni nadie tocaría su preciosa embarcación que llevaba el nombre de su esposa, Angie. Ni los vientos ancestrales doblegarían su amor por el mar y por su amada. Ni el mismo Poseidón lograría vencer el arrojo y tesón de su bienamado hijo, Glauco.

M. D. Álvarez

La despensa.

En la despensa se encontraba de todo, bueno o casi de todo. Lo único que no se hallaba allí era dinero, pero sí un frenesí de encuentros carnales entre él y ella. 

Siempre que podían escaparse de sus obligaciones, acudían a la gran bodega para calmar sus apetitos sexuales. Era la única manera de continuar en secreto su relación. 

La seguridad que les brindaba la gigantesca guardamanger era tal que no corrían el riesgo de que los pillaran en plena faena. 

Se desfogaban cariñosa y tiernamente hasta que eran reclamados nuevamente a sus obligaciones.

M. D.  Alvarez 

Apetito.

Su apetito no había sido saciado hasta que ella supo cómo dominar su cólera y logró calmar su hambre.

Su cabreo había sido constante hasta su llegada, nadie le había tratado con cariño acariciando su denso pelaje, necesitaba satisfacerla a toda costa.

Le gustaba demasiado, aunque creía que su unión sería descabellada. Ella le sorprendió en su habitación mientras él dormía. Estaba dormida abrazada a él y supo que lo que parecía imposible con ella sí sería posible.

M. D. Álvarez 

En el espacio profundo.

Su comando es el mejor adiestrado para llevar a cabo misiones en el espacio profundo, donde apenas existían estrellas moribundas que partían al explotar, mundos usurpadores de luz y materia. La última estrella en implosionar fue Alnitak, una de las estrellas del cinturón de Orión. 

Su comandante prefirió la trayectoria de aproximación al mundo recién nacido tras la implosión de Alnitak. Su llegada fue fuertemente recibida con recelos. El comando descendió de su nave y entabló conversaciones con los líderes de aquel nuevo mundo, que aún permanecía en penumbras. 

La ayuda de los recién llegados fue bien acogida, salvo por el autoproclamado líder supremo de los Alnitaks. Su megalomanía lo llevó a tratar de retener al comando y estudiar la tecnología de la nave. 

Su locura lo llevó a intentar asesinar a los que habían acudido a ayudar. Aquel día se fraguó la enemistad entre los pobladores del planeta azul y los Alnitaks.

Al estar su tecnología en pañales, nuestros héroes lograron escapar e impusieron restricciones energéticas sobre el mundo recién nacido.

M. D.  Álvarez 

miércoles, 2 de octubre de 2024

Las seis razas.

Según cuentan los antiguos sabios e historiadores, el mundo al que llamaremos Ghundarhiel estaba poblado por seis razas que coexistían con criaturas maravillosas y extraordinarias. Si me habéis oído bien, seis y no cinco, que son las que lo pueblan en la actualidad: raza blanca, raza amarilla, raza roja, raza parda, raza negra y, por último y no menos importante, la raza azul. La raza azul tenía supremacía sobre las otras cinco, pero no las consideraba diferentes.

Es más, las trataba igual de bien que a sus congéneres. Las demás razas anhelaban el poder de los azules, que tenían el control de la magia. Su don era dominar los saberes arcanos y utilizarlos para el bien común de su mundo. 

Un buen día, las otras cinco razas se reunieron alrededor del templo donde se reunían los azules y los quemaron, matando a todos y cada uno de los azules. Bueno, a todos no; sobrevivió uno solo que huyó a las montañas, donde se encontró con una persona de piel roja que lo miró con cariño y lo acogió en su vivienda en lo más profundo del bosque. 

Con mimo y buenas palabras, logró romper la reticencia del último azul. Se unió a la bella piel roja mostrándose en todo su esplendor, amándola con dulzura. Logró pasar su poder a sus preciosos hijos, que aunque no tenían su color de piel, sí tenían sus preciosos ojos azules..

M. D. Álvarez 

Sedado.

Tuvieron que sedarlo después de un ataque de furia que lo llevó a reducir a cenizas la base enemiga. Lo encontraron bajo una pila de cadáveres; su equipo parecía verdaderamente preocupado, no sabían si estaba vivo o muerto hasta que vieron moverse una pila de cadáveres, surgiendo entre ellos un brazo y una mano con el pulgar hacia arriba. 

Estaba vivo, pero su furia aún no estaba contenida, por eso lo sedaron y lo llevaron al hospital, donde lo mantuvieron sedado un tiempo prudencial. 

Cuando se despertó y los vio a todos a su alrededor, supo que algo terrible había pasado. Contaba con ellos y ellos con él.

Pasaron unos cuantos días hasta que retazos de recuerdos fueron apareciendo, como visiones espantosas de él luchando encarnizadamente por sobrevivir.

Su propia furia le otorgaba la fuerza suficiente para luchar por su vida y la de sus amigos.

M. D. Álvarez 

El protector.

Todavía sentía sus zarpas en su espalda cuando se interpuso entre aquel monstruo y ella. No dejaría que la dañara, prefería mil veces sufrir sus heridas a que le pusiera un dedo encima a ella.

Él se aferró a su decisión, con el corazón aún latiendo con fuerza por el miedo y la adrenalina. La imagen del monstruo acechando era vívida en su mente, sus fauces abiertas y sus garras afiladas listas para atacar. Pero ella no cedería, no mientras pudiera proteger a la otra.

Las heridas en su espalda ardían, un recordatorio constante del peligro que habían enfrentado. Sin embargo, el dolor físico era nada comparado con el que sentiría si la otra persona resultara herida. Ella era su prioridad, su responsabilidad, y no permitiría que nadie le hiciera daño.

Con una determinación renovada,   se puso de pie, ignorando el dolor de sus heridas. Miró al monstruo con una mirada desafiante, listo  para defenderla  a  ella a toda costa.

M. D. Álvarez 

Los setenta descabezados.

La paliza había sido terrible, pero no cedía; siempre se levantaba y seguía luchando por sus amigos. Ellos habían desaparecido, si no les hubiera fallado, seguirían vivos. Se culpaba por ello. 

Ahora trataban de arrebatarle a la persona que más adoraba, su hermanita pequeña, pero no se lo permitiría. Lucharía con todas sus fuerzas, aunque el enemigo fuera muy superior. No se rendiría en el empeño y no se la llevarían. 

Sentía cómo sus adversarios se agotaban, así que pasó a la acción. Atacó con la máxima violencia, sorprendiendo a los maleantes y derrotándolos a todos. Cuando terminó con ellos, volvió a casa, donde se encontraba su hermana, que le curó las heridas y le dijo: "No fue culpa tuya, ellos no quisieron que te enfrentaras a los setenta descabezados".

Continuará...

M. D. Álvarez 

Crómlech de Stonhenge.

Aquella calavera pequeña había aparecido solitaria bajo una losa de dos toneladas y media en el centro del crómlech de Stonehenge. ¿Y os preguntaréis qué tenía de particular aquella calavera? Pues muy fácil, era una calavera bañada en oro.

El crómlech había sido datado alrededor de 3000 años. Y la calavera era mucho más antigua, alrededor de 9000 años.

Debido a ser alguien importante, erigieron el crómlech a su alrededor. Se descubrió, que bajo el cráneo se encontraba una cripta secreta que no había sido abierta en 14.000 años.

¿Estamos dispuestos a abrirla e investigar qué cultura pudo asentarse allí y qué conocimientos tenían de la vida y de las estrellas? Yo, por mi parte, sí desearía conocer más de nuestro pasado, aunque puede que nos arrepintamos...

M. D.  Alvarez 

Premio Nobel de medicina.

Su estilo era informal, pero en aquella ocasión bien merecía un traje de corte clásico, así que acudió a una sastrería donde se hacían los trajes más elegantes. 

Una vez confeccionado y probado, le quedaba como un guante, ya que donde hay una buena percha, todo tipo de vestiduras encajan a la perfección. 

Al mirarse en el espejo, vio por qué todos se volvían a mirarle: su constitución atlética le daba un porte majestuoso. Él nunca se creyó guapo, pero al parecer su genética le hacía verdaderamente atractivo. 

¡Ah! Que todavía no os he dicho de qué ocasión tan especial se trata. Había ganado el premio Nobel en la categoría de medicina, era el único que había descubierto cómo erradicar la peor enfermedad que asola el mundo.

M. D. Álvarez 

En caída libre

Su porte altruista y su apariencia salvaje no definían lo que sentía; un dolor taladraba su pecho de forma constante. Necesitaba estar con ella. Su último aliento fue para ella. La caída lo mataría o le rompería todos los huesos. Todos los medios se hicieron eco del cuerpo que caía desde gran altura y se agolpaban en la zona prevista para el impacto.

Todavía seguía vivo, aunque sumamente dolorido. No se podía mover y era ávidamente observado por los mirones. De pronto, distinguió entre los rostros ajenos el suyo, que se abría paso hacia él, seguido de los bomberos que hicieron que los curiosos se alejaran. Ella se aproximó y lo cubrió con mantas térmicas.

Se agachó y le susurró al oído: "Te quiero y no te vas a librar tan fácil de mí".

Él esbozó una tenue sonrisa a pesar de que le dolía todo.
Apareció una ambulancia que lo trasladó al hospital, donde se recuperó gracias a los cuidados de ella.

M. D. Álvarez

martes, 1 de octubre de 2024

Perdida de memoria.

Ya no recuerdo qué narices estaba haciendo frente al espejo. ¿Sería cosa de la edad? No, no podía ser, era joven e inquieto, la memoria le funcionaba muy bien. Entonces, será que bebió más de la cuenta la noche anterior.

"Será eso", sentenció con media sonrisa, pero lo que más le sorprendió fue el maromo que había en su cama.

M. D. Álvarez

Angelitos o diablillos.

Había una vez una congregación que prometió devolver a los diablillos como ángeles. Al principio, los pequeños demonios se transformaron. Sus risueños ojos brillaban con inocencia, y sus risas se asemejaban a campanillas celestiales. Los premios que recibían por sus buenos actos los mantenían en línea.

Pero, ¿qué sucedería cuando los premios desaparecieran? ¿Volverían a su naturaleza original?

Mi opinión es que sí. Los diablillos, privados de recompensas, regresarían a sus travesuras sanguinarias. Sus alas se mancharían de tinta y sus sonrisas se torcerían en malévolas muecas. 

Porque, al final del día, la verdadera esencia de un diablillo no se puede ocultar con premios ni promesas.

M. D. Álvarez 


Intrépida.

Ella era una chica intrépida e indómita que vivía la vida con tesón y alegría. Sus amigos la buscaban por su valentía y arrojo.

No había ninguna como ella, y lo sabían, por eso la respetaban. El día que decidiera unirse a alguien, lo aceptarían sin rechistar.

Adoraba su libertad hasta que lo conoció a él, un joven de porte noble y alcurnia, que la hechizó y se la llevó con él, dejando a sus amigos solos y tristes.

Continuará...

M. D. Álvarez 

El aprendiz se convierte en maestro.

Cada día él forzaba los límites de su cuerpo con elasticidad y control. Era capaz de traspasar la barrera del tiempo y el espacio. Su adiestramiento fue arduo y doloroso, su maestro fue muy severo con él y no le daba cuartel, siempre golpeándolo hasta que un día se hartó y le respondió alcanzándolo.

Se sorprendió al ver que su maestro esbozaba una sonrisa. Había completado su adiestramiento, había alcanzado a su maestro, quien le dijo:

"Ya no te puedo enseñar más, de ahora en adelante tú serás tu propio maestro y seguirás evolucionando cada día hasta que encuentres tu razón de ser."

Continuará...

M. D. Álvarez 

El ojito derecho.

Y no intentes escabullirte, que no te servirá de nada. Porque lo sé todo y no tienes dónde esconderte. - dijo la madre después de descubrir el estropicio que había cometido. Será mejor que salgas, o lo vas a lamentar.

Salí de mi escondrijo con la cabeza gacha y acepté el castigo, que no fue tan duro. Porque al fin y al cabo soy un buen chico.

M. D. Alvarez 

Noche de pasión.

Aquel sería el día que ella elegiría para acostarse con él, una fecha señalada. Lo amaba y quería colmarlo de atenciones. Él era muy especial para ella y se lo quería demostrar. Mientras él se entrenaba, ella fue a comprar comida para la noche. 

Le ofrecería un banquete antes de insinuarse. Sabía cómo incitarle y llevarlo a la cama. Se sentía deseada y lo complacería hasta un profundo clímax de satisfacción y éxtasis. 

Llevaba mucho tiempo pensando en él. Sabía cuánto había sacrificado por su trabajo, era muy arriesgado y fue herido en un altercado donde se encontraba ella. 

Siempre la defendía, aún a costa de su propia seguridad, pero le compensaría y conseguiría decirle que lo quería de mil formas diferentes. 

M. D. Álvarez 

Mientras duerme.

Se acerco por detrás de ella y olio su pelo lo que le llevo a un éxtasis casi inmediato. Sabía que en cuanto ella despertara lo llevaría al placer  más explosivo y apasionado. 

Tenía que tener paciencia y dejar que descansará. Se recostó a su lado observando como respiraba, adoraba su naricita, sus lunares, su cuerpo en general. Adoraba como le hacia sentir tan sublime y especial.

-Te oigo pensar. -dijo ella entre sueños. Mientras se giraba dándole la espalda. El se situo frente a ella colocándole el pelo . 

Con media sonrisa le susuro a oído. -Te quiero. 

Y la dejo dormir mientras él le preparaba la cena. La noche se presentaba especialmente prometedora.

M. D. Álvarez 
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