domingo, 2 de junio de 2024

Olor a fresas

El aroma a fresas lo atraía cada día más. No recordaba dónde había captado por primera vez esa fragancia tan seductora y embriagadora. Pero cuando iba de caza, su instinto lo llevaba a rastrear esa fragancia dulce y tentadora.

Hasta que un día, siguiendo el aroma fresco, llegó a una pequeña cabaña en medio del bosque. Desde la ventana, observó a una joven durmiendo plácidamente. Su piel era suave como los pétalos de las fresas. Sin dudar, se deslizó por la ventana abierta y se acercó a ella. Sin despertarla, lamió su mano, dulcemente saboreando el mismo olor que lo había atraído hasta allí.

Desde aquel día, se convirtió en su sombra. La seguía a todas partes, protegiéndola sin que ella lo supiera. Se acurrucaba a sus pies mientras ella leía y la acompañaba en sus paseos por el bosque. Su olor a fresas se mezclaba con el suyo, creando una sinfonía de aromas que solo ellos dos podían percibir.

La joven nunca supo de su presencia. Pero él estaba ahí, siempre cerca, como un guardián invisible. Ya no era solo el olor a fresas lo que lo cautivaba, sino la ternura en sus ojos cuando soñaba, la risa que escapaba de sus labios al amanecer.

Se convirtió en su fiel compañero, su confidente silencioso. Y aunque nunca podría decirle lo que sentía, sabía que su vida estaba entrelazada con la de ella. El aroma a fresas los había unido para siempre.

 M. D. Alvarez 

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