La sala permaneció en un silencio sepulcral; Ares había tocado un tema escabroso por el que los jueces trataban de eludir, no deseaban confrontar opiniones.
Ares sintió todo el peso del imperio sobre él; no deseaba que lo difamaran ni que utilizaran las aberrantes mentiras que vertieron contra su país.
—No fuimos ángeles, pero tampoco demonios; solo tratamos de ser justos con los pueblos que descubríamos. Tratamos de comprender sus culturas, logrando algunas veces; otras, fuimos recibidos con sangre y fuego. Aún así, tratamos de minimizar los daños. Y, tras su discurso, no fue el silencio lo que llenó la sala, sino el estruendoso ruido de una historia que se negaba a ser ocultada bajo viles mentiras.
M. D. Álvarez
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