Mientras se alejaba de la zona de enfermería, sintió que el ardor en su costado se desvanecía, reemplazado por una chispa de adrenalina que lo impulsaba hacia adelante. Los gritos de aliento de sus compañeros resonaban en sus oídos, mezclándose con el eco de los golpes y el murmullo de los contrincantes.
—¡Vamos! ¡La próxima ronda está a punto de comenzar! —gritó uno de sus amigos, agitando los puños en señal de ánimo.
Él asintió con determinación. Sabía que cada combate era una oportunidad para demostrar no solo su fuerza física, sino también su resistencia mental. A medida que se acercaba al área designada para el siguiente enfrentamiento, recordó las palabras de la chica: “A pesar de todo este esfuerzo...”. No podía permitir que eso lo detuviera.
El siguiente rival era más grande y musculoso que los anteriores. Su mirada desafiaba desde el otro lado del cuadrilátero, como si ya hubiera decidido que sería el ganador. Pero el joven no se dejó intimidar. Se colocó en posición, sintiendo cómo su cuerpo respondía a cada estímulo.
—¡Empezad! —gritó el árbitro.
El contrincante cargó hacia él como un torbellino. Con un movimiento ágil, esquivó el primer golpe y contraatacó con un directo al rostro que hizo tambalear al gigante. La multitud rugió mientras él continuaba atacando, utilizando su velocidad y técnica para evitar ser atrapado.
Sin embargo, pronto se dio cuenta de que su oponente no era solo fuerza bruta; también tenía estrategia. Cuando menos lo esperaba, recibió un golpe en la espalda que lo hizo caer de rodillas. El dolor recorrió su cuerpo, pero no iba a rendirse tan fácilmente.
Con un esfuerzo sobrehumano, se levantó y sacudió la cabeza para despejarse. La visión del rostro preocupante de la chica le dio fuerzas renovadas. Ella estaba allí, observándolo con una mezcla de admiración y preocupación; eso lo motivó aún más.
En un giro inesperado, decidió cambiar su táctica. En lugar de seguir atacando frontalmente, comenzó a moverse lateralmente, buscando una apertura en la defensa del rival. Finalmente, cuando vio una oportunidad, lanzó un golpe bajo que lo desestabilizó y luego un uppercut que envió al gigante al suelo.
La multitud estalló en vítores mientras él levantaba los brazos en señal de victoria. Se sentía invencible. Al mirar hacia donde estaba ella, vio cómo sonreía orgullosa; eso lo llenó de satisfacción.
—¡Eres increíble! —gritó ella a través del bullicio.
Antes de que pudiera responderle, el árbitro declaró su victoria y le instó a prepararse para el último combate del día. Aunque cansado y adolorido, sabía que debía darlo todo una vez más.
Mientras se retiraba brevemente para recuperar fuerzas, sus amigos lo rodearon con aplausos y palmadas en la espalda.
—Eres un verdadero guerrero —dijo uno—. ¡Nadie puede decir que eres solo el consentido!
Con esas palabras resonando en su mente, se dirigió nuevamente al cuadrilátero para enfrentar al último oponente del día: un luchador conocido por ser imbatible y temido por todos.
Aquel combate sería la prueba definitiva no solo de su fuerza física sino también de su valor y determinación. Y estaba listo para demostrarle a todos —y a sí mismo— quién era realmente.
M. D. Álvarez
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