sábado, 11 de octubre de 2025

El emperador de jade.

En aquel enorme tráiler, transportado por un gigantesco camión, se encontraba un cargamento de oro que había sido hallado en uno de los más misteriosos túneles del planeta. Estos túneles se encontraban escondidos en el corazón de la selva amazónica. Según se cuenta, comunicaban con muchos otros conductos naturales que atraviesan la tierra; incluso se dice que comunican con la cámara secreta del primer emperador de jade del imperio del sol naciente..

Los rumores del hallazgo de tan extraordinario cargamento corrieron como la pólvora, llevando a los cazatesoros a internarse en la inmensa jungla en busca de enigmáticos túneles y de todos los tesoros que encerraba en su interior. Pero todos los que se adentraron en la majestuosa selva jamás regresaron; o, si lo hicieron, volvieron traumatizados, contando los horrores sufridos en el interior de la gran selva esmeralda.

Como ya dije, los túneles comunicaban con la cámara secreta de la tumba del mitológico emperador de jade, Jinmu Tennō, que en tiempos antiguos gobernó sobre las oscuras tierras de Japón, cuando estaba unido al continente asiático por una gran cantidad de penínsulas..

Os preguntaréis quién logró sacar el cargamento de oro; a ello voy ahora. Un buen día, en uno de los sótanos de una de las muchas cositas solariegas de estilo español que se hallaban en Taucapeçaçu, se hundió, dejando a la vista un inmenso y oscuro agujero. Esta ciudad estaba en las orillas del río Negro, el afluente más caudaloso del Amazonas. Pues bien, un aguerrido joven descendió al abismo que se cernía bajo él. Al llegar al fondo, se dio cuenta de que tanto las paredes como el suelo estaban suavemente pulimentados. Recorrió alrededor de 20 kilómetros hasta una inmensa puerta; esta puerta estaba cerrada con un gran sello con la forma de una gigantesca boa negra: Yacumama, la madre del río.

El joven humedeció el sello con el agua de una botella, y el sello se abrió. La puerta comenzó a abrirse, mostrando un gran espejo líquido donde se reflejaba su imagen y, tras él, la gran serpiente negra que, con lengua bífida, le instó a atravesar el espejo. En cuanto lo hizo, se encontró en una cíclope estancia llena de joyas, armas, carros, cráteras, jofainas y todo tipo de objetos que se puedan imaginar. Pero de un abrumador material dorado, nuestro joven explorador se adentró en la inmensidad de la cámara, atraído por un leve fulgor verde. Tras una de las muchas montañas de oro se encontraba un majestuoso trono donde una efigie sentada vigilaba el gran tesoro. Tanto el trono como la efigie estaban tallados en jade. Al pie del trono había una inscripción que rezaba de la siguiente manera: ここに初代玉皇が眠る。彼の栄光は運命の秤で量られるだろう。。

Nuestro protagonista no conocía aquel idioma, así que tomó una moneda y un rubí de gran tamaño y regresó con esas dos piezas. Organizó una gran expedición a los túneles, cargando toneladas y toneladas de oro y piedras preciosas. Lo único con lo que no había contado fue con la ira de Jinmu Tennō, quien soltó a uno de sus grandes dragones que, furioso por los ladrones de tumbas, hizo caer el gran camión con el gigantesco tráiler al caudaloso y bravo Río Negro, que terminó por tratarse de la inmensa fortuna del joven que, con avaricia, había tratado de robar los tesoros del emperador de jade.


M. D. Álvarez 
Traducción de la inscripción:  初代玉皇大帝がここに埋葬されています。彼の栄光は運命の秤で量られるだろう。

Aquí está enterrado el primer Emperador de Jade. Su gloria será pesada en la balanza del destino.

M. D. Álvarez 

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