Una noche, se despertó sobresaltado; algo lo inquietaba, algo en sus sueños lo atormentaba: una sombra sin rostro.
Cogió lo primero que alcanzó: un rotulador, y en la pared desnuda de su habitación comenzó a plasmar el ente que lo atormentaba. Cuando terminó, vio que el ser sin rostro lo observaba con ojos amarillos llenos de ira.
—¿Qué te he hecho para que me odies tanto? —le gritó a su pintura.
—Tú me has creado en tu imaginación, pero nunca me has pintado —escuchó la voz que surgía de la pared—. Pero ahora que me has dibujado, puedo surgir y cobrar vida —espetó, y el ente de ojos amarillos comenzó a salir de la pared. El joven artista quedó horrorizado; su creación más lúgubre y sanguinaria lo miraba ya no desde la pared, sino que lo hacía frente a él.
Un aterrador grito rompió la noche. A la mañana siguiente, del artista no había ni rastro, al igual que de su creación.
M. D. Álvarez
Este relato se lo dedico a mi hermano pequeño, en el día de su cumpleaños. Su arte siempre me inspira a escribir mis historias.
Felicidades, Ángel. Disfruta de una nueva vuelta al sol.
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