Los
había visto acercarse, con sigilo. Ellos no se percataron de que estaba
despierta. Si se hubieran dado cuenta, habrían huido despavoridos. ¡Presos de
pavor!. Al verla aparecer ante ellos, cayeron fulminados por el aliento infecto
y pestilente que emanaba de las fauces de Scila.
Los
fue devorando uno a uno, pero se reservó unos cuantos, ya que su digestión le
resultaba muy pesada y le duraba algo así, como unos diez años.
Así
que los dejó para futuras hambrunas que compartiría con su compañera de
enfrente Caribdis y con la que formaba un estrecho endiabladamente difícil de
sortear.
© M. D. Álvarez
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