Ahora
me encuentro al pie del ara, apunto de ser sacrificada a un dios sin nombre. A
la espera de que alguien me rescate y me libere de mi inmolación.
Ya
es tarde. Veo venir al oficiante con la daga de diamante. Además para eso me ofrecí.
El sacerdote con su toga especial para sacrificios de color azul con borlas
doradas y filigranas en color sangre, esta listo. Levanta la daga con ambas
manos y zas…
…
la hunde en mi corazón.
Pero
como es posible si aun estoy viva. Entonces me doy cuenta de que morí y mi
espíritu se niega a avanzar; por algún motivo permanezco en este lugar.
© M. D. Álvarez
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