Ya habían tocado los seis de los siete arcángeles. Ellos habían conseguido derribar sus respectivos muros.
Ahora era el turno del séptimo arcángel. Él era el encargado de tocar
la última trompeta que seria la que derribaría los muros de la
desigualdad. Aunque antes, creo, que se le debió preguntar si sabría
tocarla, porque cuando se la llevo a los labios y sopló, surgió un
sonido que, en vez de derribar creó más y más muros.
De ahí que, el pobre, se retirara a meditar sus aptitudes para tocar un
instrumento tan poderoso. Mientras, nosotros, seguimos aquí
desesperados ante tantos y tantos muros a la espera de que aparezca un
arcángel adecuado que, con la séptima trompeta, consiga derribar todos
los muros.
© M. D. Álvarez
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