Desde entonces papá ya nunca juega con él. Se sentía terriblemente
decepcionado.
¡Pero que esperaba! ¡Que resolviera la conjetura de Goldbach, en cinco
minutos! Si tan solo tenía cuatro años y no era ni un Goldbach ni un Euler.
Pero todo se andaría. Se juró desentrañar el mayor problema matemático del
mundo: el último teorema de Fermat. Para poder lograr que su padre se sintiera
orgulloso de él.
M. D. Álvarez
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