Algo insólito le estaba sucediendo. Él era un joven bien parecido que atraía a las jovencitas. Aquella noche, en el bar, mientras bebía un vaso de whisky, se le acercó una pelirroja de ojos verdes que se le insinuó, pero por primera vez no logró saber por qué le dijo que no. Ella, despechada, se largó con viento fresco.
Él seguía observando a un grupo de mujeres y a una en especial; la conocía desde hacía seis meses, pero de pasada. Ella percibió su mirada y, levantándose muy sutilmente, se acercó cimbreando sus caderas y se sentó en el taburete frente a él.
—¿Te puedo ayudar? —preguntó con media sonrisa—. Veo que no me quitas el ojo de encima, así que algo quieres de mí.
Él no podía apartar su mirada de ella porque, tras ella, había una aterradora sombra.
Él le pidió disculpas por ser tan insistente, pero tenía que hablar con ella en privado.
Ella no sabía qué pensar; sabía que era un buen chico y le dio su dirección, diciéndole: "Te espero en dos horas". .
Él salió a la calle; el aire gélido lo espabiló. Debía cuidar de aquella joven; era su destino.
Las moiras la habían visto; su aura era angelical, pero estaba rodeada por la oscuridad, y solo una mente preclara lograría protegerla de caer en las sombras. Él era el único en el mundo que veía las sombras que pululaban por doquier. Se dirigió a la dirección que ella le había dado, llamó al timbre, le abrió la puerta del portal y subió por las escaleras hasta el cuarto piso.
Ella lo esperaba con mirada embelesada. —¿Y bien, quieres pasar o prefieres que hablemos en las escaleras?
—Me gustaría entrar si no te importa —refirió él, viendo la aterradora sombra tras ella..
Una vez dentro de su apartamento, le susurró al oído: —No te asustes, tienes una gran sombra pegada a tu espalda. Puedes esperar en las escaleras; es cosa de dos minutos.
Ella, cariacontecida, pues notaba una presencia oscura, espetó en el descansillo de las escaleras.
Mientras él se interponía entre ella y la sombra, que, furibunda, lo miró de hito en hito, pensando quién era aquel ser que se interponía entre su futuro receptáculo, le lanzó una aterradora mirada.
—No me das miedo. No sabes con quién te estás enfrentando. He bajado a los infiernos y no hay quien me asuste. Ahora mismo te voy a despellejar de tu negra aura y me la llevaré de vuelta al Seol, de donde no debiste salir—dijo él, sacando un odre ricamente labrado con filigranas en oro y plata. La sombra, al ver el odre, comprendió quién era aquel joven: era el enviado de las Moiras que reclamaban su pago..
Él destapó el odre y recitó el sortilegio en latín: "Quod exiit, in locum suum redibit, ubi nunquam exierit."
La sombra fue absorbida entre alaridos por el odre que él se apresuró a tapar. Hizo entrar a la joven, quien notó un gran cambio: se sentía más libre, sin tanta presión.. Ella se sintió agradecida; era un chico encantador que la había estado cuidando sin pedir nada a cambio.
—¿Por qué me has defendido? —preguntó ella con gratitud.
Las Moiras me dijeron que tú eres mi destino y que solo debía devolverles la sombra del ladrón de su único ojo, y eso es lo que haré. Le llevaré el odre y volveré contigo, si me permites —dijo él cortésmente.
—Puedo ir contigo, sé que contigo estoy segura —dijo ella con una preciosa sonrisa.
M. D. Álvarez
Traducción del sortilegio en latín:
"Quod exiit, in locum suum redibit, ubi nunquam exierit": Lo que salió volverá a su lugar, de donde nunca saldrá.
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