lunes, 17 de noviembre de 2025

La sombra de la duda.

Lo habían implicado en un oscuro asunto de drogas. Por mucho que lo negara, la sombra de la duda se cernía sobre él como una nube amenazante. ¿Cómo podía tener aquel cuerpo tan musculado y una fuerza sobrenatural sin la ayuda de sustancias prohibidas? Su equipo, que alguna vez lo había admirado, ahora le dio la espalda, sintiéndose avergonzados por su supuesta conducta inapropiada. Un cargo como el suyo debía ser sinónimo de fortaleza y nobleza, no de escándalos.

Todo comenzó cuando uno de sus compañeros, consumido por la envidia, decidió traicionarlo. Afirmó que lo había seguido fuera del cuartel general hasta uno de los barrios más peligrosos de la ciudad, donde se podía conseguir cualquier tipo de droga. Dijo haberlo visto comprar dosis de anabolizantes que se inyectaba allí mismo, en un callejón oscuro y despreciable.

Ella no daba crédito a lo que escuchaba. Con el corazón en un puño, se enfrentó a sus compañeros.
—No puedo creer lo que estáis diciendo —exclamó, su voz resonando con fervor—. Si conocierais a él como yo, sabríais que su cuerpo es un templo y que jamás haría algo para dañarlo. Nunca quiso sobresalir por encima de ninguno; a pesar de que su potencial es un millón de veces superior al mejor entre ustedes, su humildad y buen corazón siempre lo han mantenido al margen del egoísmo. Se merece ese cargo y mucho más.

Con cada palabra, su pasión aumentaba, y sus compañeros comenzaron a sentir la verdad detrás de su defensa. 
—¡Id a buscarlo! —les instó—. ¡Suplicadle perdón! Nunca debisteis dudar de él ni dar crédito a este mediocre que dice ser su amigo.

Movidos por su ardorosa defensa y la chispa renovada en sus corazones, el comando se reunió tras ella. Con determinación en los ojos y un nuevo sentido de propósito, salieron en busca del hombre que habían abandonado.

Mientras avanzaban por las calles oscuras y desoladas, ella lideraba el camino, recordando cada momento compartido con él: las risas, las batallas ganadas juntos y el respeto mutuo que siempre habían cultivado. No podían permitirse perderlo; su inocencia era su única esperanza.

Lo encontraron a punto de enrolarse en un barco mercante. Le suplicaron que no se fuera; habían desenmascarado al delator y había confesado su traición. Él, cabizbajo, se sentía abrumado por todo lo acaecido. Supo que la única que no había creído las acusaciones lo había defendido tan fervorosamente que lo habían restaurado en su cargo con otros beneficios. 

La vio; parecer lo único que podía pensar en lo mucho que le debía. La abrazó con delicadeza.

—No podía permitir que te degradaran y te expulsaran por algo que jamás harías, dijo ella con ternura.

M. D. Álvarez 

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