jueves, 6 de noviembre de 2025

El rey del bosque.

Con aquel aspecto de rudo leñador, se escondía un afable y encantador joven de espíritu indomable y corazón noble, que solo quería vivir en paz en su bosque natal. No tenía compañera, pero hasta que la vio, no supo que la necesitaba. La vio un buen día corriendo por el bosque en persecución de un gran ciervo de 12 puntas, al que dio alcance en un gran claro donde descubrió su valor. Él la observaba desde el linde y vio cómo el ciervo la embestía, pero ella, de un salto, lo esquivó y, con su cuchillo, le cortó el cuello y puso su blanca mano sobre la testuz del ciervo abatido.

—Hace mucho que me observas —preguntó ella sin moverse.

El joven leñador avanzó, entrando en el claro.

—Unos días, no más —respondió.

—El bosque me habla de ti, dice que eres de noble corazón y que cuidas de todas las criaturas. ¿Te molesta que haya cazado a este magnífico macho de 12 puntas? —preguntó, perpleja; leía su interior como si fuera ella misma.

—No, si es para alimentarte —dijo el leñador... 

—Eres sincero e íntegro; tienes todo el derecho de reclamar parte de esta presa, ya que tú eres el dueño de este vasto bosque —dijo ella, sajando la mejor parte para él.  
Le ofreció el corazón aún palpitante de aquel macho agonizante.  

—No puedo aceptar tu oferta, ya que no he participado en su cacería —respondió, visiblemente confundido. 

Aquella joven lo enervaba y provocaba; era como si la conociera de toda la vida, pero tan solo la había visto dos días. Siempre corría como una gacela; a él le costaba seguirla, salvo aquella noche anterior de luna llena, cuando su naturaleza salvaje tomó el dominio de su cuerpo. No recordaba nada de la noche anterior, aunque ella conocía su secreto; guardaría silencio. El bosque era su territorio y cuidaba de él. Si deseaba conocerlo mejor, debería convivir con él. El bosque era tajante en lo concerniente a su señor.

M. D. Álvarez 

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