jueves, 13 de noviembre de 2025

El tejo sagrado.

Su nivel de solidaridad con el planeta era sobrecogedor; se implicaba al máximo. Su coeficiente intelectual era superior a la media y utilizaba todos sus recursos para combatir la devastación humana. En los últimos siglos, se había deforestado casi la totalidad de los bosques y selvas, en una de las cuales nació él, una mezcla de dos especies diferentes, pero con un mismo sentido del deber.

La fortuna de su madre la utilizaba con moderación, solo para casos muy necesarios, y la naturaleza salvaje de su padre la usaba para combatir a quienes destruían los escasos recursos naturales, léase bosques, selvas, junglas y demás florestas. Con cada logro, la naturaleza lo obsequiará con hermosos amaneceres y dulces arcoíris.

Una mañana, en sus rondas, descubrió un tierno brote de tejo. Hacía milenios que no se veían brotes nuevos; aquello fue un acontecimiento importante para él, ya que sabía que en la antigüedad el tejo era un árbol sagrado. De un tejo milenario se talló el cetro del fin del mundo, una vara de 110 cm que, bañada en oro, hubiera hecho palidecer al sol. Si se hubiera utilizado, por suerte no se usó y todavía seguimos aquí.

—¿Y tú de dónde sales? —preguntó para sí.

—¡Oh, milagro! —el joven brote de tejo le respondió—. Soy un regalo de la naturaleza para ti, mi buen guardián.

—¿Cómo que un regalo? —quiso saber.

—Debes cuidarme y, en cuanto sea un joven tejo espigado y robusto, me trasplantarás al lugar más sagrado de todos. Ahí serás mi invitado al resurgir de la naturaleza madre.

Transcurrieron los años y él seguía cuidando del planeta, y con especial cuidado del joven tejo. Cuando hubo alcanzado la edad de 18 años, el joven tejo le habló de la siguiente forma: 

—Mi buen guardián, ya ha llegado el día en el que me debes trasplantar a mi nueva ubicación. 

El noble licántropo utilizó sus garras para desenterrar las raíces del joven tejo y lo cargó sobre su hombro. 

—¿Dónde deseas que te plante? —preguntó. 

—En el centro del crómlech de Stonehenge. Después has de retirarte, pues mi fuerza se centuplicará y hará surgir todo mi vigor rejuvenecido al maltrecha naturaleza madre.

El gran licántropo trasladó al tejo sin casi esfuerzo, se dirigió al enclave más sagrado para los celtas y depositó al joven tejo sobre la piedra central del crómlech. Comenzó a oradar la sagrada tierra con sus grandes zarpas; cuando hubo escalado lo suficiente, cogió al hermoso Iubhair y lo plantó, cubriendo sus raíces con la sacrosanta tierra de Stonehenge. Se retiró a una distancia prudencial. Transcurridos unos minutos, el joven tejo comenzó a crecer de forma vertiginosa. A su alrededor, la naturaleza iba cobrando fuerza, surgiendo árboles de todo tipo y especies, flores que adornaban los alrededores se multiplicaron y, hasta donde él estaba apoyado, los dulces brotes de hermosas flores lo saludaron con real pleitesía.

M. D. Álvarez 

Lubhair: Tejo en gaélico 

Imagen generada por ChatGPT 

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