domingo, 30 de noviembre de 2025

La fusión de dos naturalezas. 2da parte.

Un silencio sepulcral sucedió a un clamor aterrador que se propagó por las almenas más rápido que cualquier peste. Los arqueros supervivientes observaban, con los ojos desencajados, cómo las astillas de sus proyectiles yacían inofensivas en el suelo, alrededor de los pies del ser que ya no podían llamar "hombre".

Su piel, ahora entretejida con la piel impenetrable de su tótem, el lobo amado de luna e hijo de las sombras, brillaba a la luz del crepúsculo como un blindaje vivo. Donde antes había un guerrero, ahora se alzaba una gigantesca criatura de músculo y furia, con colmillos que eran espadas y unos ojos que ardían con el fuego dual de la estrategia humana y la sed animal de victoria.

Con un aullido que no surgió de su garganta, sino de las profundidades de la tierra, cargó. No hacia la puerta, una obviedad que esperarían defender, sino hacia la base misma de la muralla, justo debajo de la posición de los arqueros. Sus manos, ahora garras de fuerza incontenible, se clavaron en la piedra como si fueran arcilla seca. Los defensores sintieron el impacto a través de los cimientos, una vibración siniestra que les heló la sangre.

Continuará...

M. D. Álvarez 

sábado, 29 de noviembre de 2025

La fusión de dos naturalezas.

Frente a él se encontraba un bastión nunca conquistado por ninguna criatura humana, pero él tenía dos naturalezas en sí. Contaba con el ingenio humano y la fortaleza de su tótem animal. 

En ulteriores enfrentamientos, siempre había mantenido sus dos naturalezas separadas, pero esta batalla debía unificarlas, fusionadas en una nueva especie de criatura, una a la que no pudieran detener unos muros de cinco metros de grosor. 

Se concentró y comenzó a fusionarse con su animal interior. Cuando hubo concluido su transformación, sintió que por sus venas corría algo más que sangre; era una mezcla de adrenalina y salvajismo imparable. 

Cruzó la gran sierra en tan solo quince minutos, planteándose frente a aquel bastión. Los arqueros en las almenas quedaron estupefactos con la apariencia de aquel solitario guerrero; al verlo, solo se rieron de él. 

Mal hecho, su furia se desató y comenzó a lanzar cascotes de gran tamaño hacia los puestos de los arqueros, que se vieron superados por tal alarde de superioridad. Los que lograron tensar y disparar sus arcos vieron con estupor cómo sus flechas rebotaban en el cuerpo de tan fuerte contrincante.

Continuará...

M. D. Álvarez 

viernes, 28 de noviembre de 2025

El día de Acción de Gracias.

Sin los españoles, no habría un Estados Unidos como este, os lo aseguro. Si pudiera dar marcha atrás en el tiempo, al día 8 de septiembre de 1565 en Florida, y de la mano de un español: Pedro Menéndez de Avilés, 56 años antes que los peregrinos ingleses. Pero vamos a lo que quería decir: algunas de las celebraciones que se agencian tanto los ingleses como los americanos como propias son de origen español. Así que dejad de menospreciar a mi país; tenemos que estar orgullosos de ser españoles.

¿Qué creéis que me encontraría? Un pueblecito llamado San Agustín, donde la tripulación de las cinco naves de las 26 enviadas celebró misa y luego compartió una gran comida con algunos de los nativos saturiwa, y así dio comienzo la celebración de Acción de Gracias.

M. D. Álvarez 

Princesa socorrista.

Aquel dolor lo sumía en un constante sinvivir. Ella se percató de que algo le ocurría cuando, desde el trampolín más alto, cayó a la piscina.

—¡Sa matao! —rezongó uno de sus amigos, creyendo que estaba fingiendo. Pero ella no dudó; se lanzó al agua para rescatarlo. Con esfuerzo, logró sacarlo del agua; él estaba inconsciente, pero respiraba. Le tomó las constantes vitales; su pulso parecía el de un potro desbocado. Urgió a que llamaran a una ambulancia.

Ya en el hospital, lo llevaron a un box donde lo trataron con suma delicadeza, pues quien lo había rescatado era la princesa del país vecino, que pasaba las vacaciones como socorrista.

M. D. Álvarez 

jueves, 27 de noviembre de 2025

Derritiendo el crisol.

No sabían cuántos milenios habían pasado desde el último encuentro con su amada, y cada encuentro era más apasionado que el anterior. Eran como dos potencias que se atraían; se consumían de puro amor. Cuando sus apetitos y deseos eran saciados, ella concebía con la simiente de él mundos fabulosos y criaturas hermosas.

Con cada nacimiento de cosmos adyacentes, se debían separar. Él quedaba sumido en un sueño profundo mientras ella seguía dando a luz a estrellas de hermosos colores, planetas con diversidad de poblaciones y galaxias preñadas de cúmulos estelares de fuegos violetas.

Cuando ella dejaba de concebir, habrían transcurrido quizás eones, y tocaba un nuevo reencuentro. Su despertar era sinónimo de destrucción y creación.

Llegó el momento de un nuevo encuentro entre él y su encantadora diosa. Su unión arrebatadora y abrasadora los colmaba de un amor tan intenso que fundiría el más duro crisol.

Sería la última vez; no lo creo. Ninguno de los dos daba muestras de agotamiento.

M. D. Álvarez 

miércoles, 26 de noviembre de 2025

Piel de batalla.

Su piel, como un campo de batalla surcado por grandes cicatrices, era calmada por sus hábiles dedos. Él era un bravo soldado al mando del mejor equipo de combate, pero los demás no tenían su formidable aspecto. Era una mezcla entre ángel, por sus luminosos ojos, y feroz guerrero, por su brutal cuerpo de licántropo. Solo a ella le estaba permitido aliviar sus heridas. 

Mientras sus dedos recorrían las cicatrices de su piel, ella podía sentir el peso de cada batalla que había librado. Cada marca contaba una historia, un recordatorio de los enemigos enfrentados y de los amigos perdidos. Era un guerrero formidable, pero también un hombre marcado por el dolor y la pérdida.

"¿Por qué sigues luchando?", le preguntó ella, su voz suave como un susurro en la brisa. "¿No hay un momento en el que desees dejarlo todo atrás?"

Él cerró los ojos, dejando que el tacto de sus manos lo transportara a un lugar seguro. "Cada vez que miro estas cicatrices, recuerdo por qué lucho", respondió con firmeza. "No solo por mí, sino por aquellos que no pueden luchar. Por los que ya no están."

Ella asintió, comprendiendo la carga que llevaba sobre sus hombros. Sabía que él se sentía responsable de cada vida perdida en el campo de batalla. Pero también sabía que su fortaleza era lo que los mantenía unidos, lo que les daba esperanza.

M. D. Álvarez 

martes, 25 de noviembre de 2025

El otro Dolmen de Dombate.

El inmenso Dolmen de Dombate, en Cabana de Bergantiños, era un lugar mágico que invitaba a reflexionar sobre cómo los pueblos del Neolítico podían levantar tales formaciones megalíticas. 

Él era uno de los pocos estudiosos que había construido una réplica utilizando diversos artilugios encontrados en la cantera de megalitos que se encontraba en la cantera marítima, a casi 10 kilómetros de Puenteceso. 

Eran unas poleas acanaladas, contrapesos y trípodes simples. De lo que no quedaba rastro era del tipo de cuerdas que utilizaban. Él utilizó los materiales de hoy, pero empleó las herramientas del Neolítico: taladros de silex y hachas del mismo material. 

Cuando concluyó su obra, la copia era casi idéntica y fue expuesta junto al auténtico Dolmen de Dombate, mostrando que los antiguos moradores del Neolítico eran sumamente inteligentes. Esa era la prueba que necesitaban para afirmar que, si nos proponemos algo, no hay nada que nos detenga. 

La exposición se clausuró y los dos dólmenes quedaron como símbolo de hermandad entre los constructores del Neolítico y los estudiosos del futuro.

M. D. Álvarez

domingo, 23 de noviembre de 2025

El Terminus Mundi. 3ra parte.

Tras los preparativos acelerados, fletaron un jet privado que Marcus pilotó personalmente. Aterrizaron en el Aeropuerto Internacional de Basra, alquilaron un vehículo y se dirigieron a la ciudad de Nasiriya, donde alquilaron dos camellos, pues no había carretera hasta la ciudad de Tell Abu Shahrein. La antigua Eridu hizo el recorrido de 24 kilómetros en media hora.

Marcus ayudó a descender del camello a Angie y se dirigieron a una colina cercana donde El Terminus Mundi decía que había un acceso al gran templo de los dioses oscuros. Descubrieron que la corona era la cúspide de un gran zigurat. Accedieron por el santuario en el que había una gran mesa policromada, las siete ornacinas donde todavía se encontraban las estatuillas de los siete dioses principales de Sumeria, presidido por el señor de los cielos, Enlil, acompañado por su esposa, Ninlil, seguido de An, Uti, Ninhursa, Nanna y Nammu.Todos ellos bellamente tallados en vanadinita.

Se dirigieron a los aposentos del dios; por ahí había un pasadizo que se iba adentrando en el interior del zigurat. Al llegar a la primera plataforma o planta baja, descubrieron que había un acceso oculto a otro nivel. Siguieron descendiendo en las entrañas de aquella nueva edificación, que al parecer era un zigurat invertido. Al llegar al santuario, Marcus descubrió que los dioses oscuros eran criaturas dantescas; las figurillas de las hornacinas eran grotescas y aberrantes. Sacó el Terminus Mundi y lo depositó sobre el atril que había ante el gran altar de obsidiana roja.

Leyó uno de los pasajes que sellaría y detendría el ascenso del Anlul, señor del mal y contrario al dios de los cielos, Enlil. Angie permanecía detrás de Marcus. Algo sucedió; de pronto, la sala se iluminó de forma extraordinaria. Las estatuillas parecieron tomar vida, danzando fantasmagóricamente, hasta que la luz se tragó las figuras danzantes.

—¿Ya está? —preguntó Angie.

—Sí, lo hemos logrado. Hemos sellado la entrada de los dioses oscuros, refirió Marcus. —Ahora debemos salir cuanto antes; el Terminus Mundi refiere que habrá una destrucción total del zigurat invertido.

Los dos ascendieron trabajosamente hasta llegar a la primera planta y siguieron ascendiendo hasta el santuario. Justo cuando se estaban alejando, la tierra comenzó a ceder, afectando tanto al zigurat invertido como al zigurat de Enlil.

—¿Marcus, qué vas a hacer con el Terminus Mundi? —preguntó Angie.

—Es un libro demasiado peligroso e interesante. Lo guardaré bajo siete candados por si algún día los dioses oscuros tratan de alzarse otra vez —respondió Marcus.

M. D.  Álvarez 

El Terminus Mundi. 2da parte.

Marcus le ofreció un par de guantes quirúrgicos y le explicó que había logrado traducir gran parte de los pasajes que estaban escritos en sumerio. Y tú, como sabes, se sometió.

Los orígenes de mi familia son de la Creciente Fértil, más exactamente entre el Tigris y el Eufrates, en la región de la antigua Sumeria. Provengo de una de las familias más antiguas que recuerdan el idioma de la antigua Sumeria.

Marcus abrió el voluminoso volumen y mostró a Angie un detallado mapa de la región entre el Tigris y el Eufrates, y señaló un punto, diciendo: "Mi familia es originaria de esta ciudad".

Ella leyó el nombre —Eridu— y dijo: "Entonces tu familia tiene su origen en la antigua ciudad-estado de Sumeria, Eridu".

—Sí, pero lo más fascinante es que cuando entré en aquella biblioteca antigua, sentí como si me llamara. Me guió hasta un trastero donde se almacenaban, sin orden ni concierto, centenares de libros incunables. Me dirigió hasta una esquina donde, sobre una repisa carcomida  reposaba un  paquete envuelto en un paño carmesí que despedía una tenue luminiscencia.. 

Pregunté al bibliotecario si podía llevarme aquel libro de la estantería del trastero del fondo. El bibliotecario no sabía qué tenía al fondo del trastero y dijo que podía quedarme todos los libros que quisiera; aquellos legajos no interesaban a nadie.

Según Solón de Atenas, en Eridu se encuentra un templo olvidado de tiempos remotos, dedicado a dioses oscuros que, según el Terminus Mundi, regresarán para restaurar un nuevo orden.

Pero eso significaría el final de la civilización tal y como la conocemos, dijo ella, ajustada.

El Terminus Mundi puede impedir su alzamiento. Debo ir a Abu Shahrein e impedir que los señores de la oscuridad se levanten y destruyan el mundo tal y como lo conocemos.

—¿Cómo que tienes que ir? Yo también voy; no pienso quedarme a esperar a esos energúmenos que irrumpieron en tu habitación.

—No puedo pedirte que me acompañes, pero tampoco quiero dejarte sola —refirió él dócilmente.

—Entonces, hecho, me iré contigo y no se hable más 

Continuará...

M. D. Álvarez

El Terminus Mundi.

La cinta de precinto sellada en su habitación lo alarmó. Sintiendo que lo observaban, se giró y se propuso alejarse del escenario. Cuando la vio oculta entre los matorrales, se deslizó sutilmente hasta donde ella se ocultaba. Ella iba envuelta en una gran toalla. "¿Pero qué coño ha pasado?", le susurró al oído, dándole un susto de muerte.

"Un día de estos te vas a llevar un guantazo si sigues acercándote tan sigilosamente", refirió ella al darse cuenta de que era él. "He tenido que salir corriendo y estaba en la ficha; como verás, solo llevo una toalla", dijo, mirándolo con furia.

"¿Pero qué ha pasado?", volvió a preguntar.

"Unos energúmenos han asaltado tu habitación. Por suerte, no se percataron de mi presencia; buscaban no sé qué de Terminus, yo qué sé".

""El Terminus Mundi, pues no han tardado mucho en registrar mi habitación." "Espera, aquí voy a tomar prestada algo de ropa. No voy a dejar que vayas por ahí en toalla", respondió, yendo a pedir prestada algo de ropa a una de sus muchas amigas.

"Vaya, y de mi talla, menudo ojo tienes", respondió al ver que era de su talla. Careaspeo e hizo que se girara para vestirse cuando Termi le preguntó: "¿Y qué es el Terminus Mundi?"

"Está claro que te debo una explicación y te la daré, pero ahora tenemos que alejarnos de aquí. Tengo un amigo fuera del campus; allí te lo explicaré todo.

Llegaron a la casa de Joseph. ¿Y dónde está tu amigo ahora?

De viaje de negocios. Siéntate. ¿Quieres saber qué es el Terminus Mundi? preguntó él con cautela.

Me tienes intrigada, Marcus. ¿Qué ocurre? quiso saber ella.

—Angie, encontré un libro imposible en una biblioteca antiquísima. Está datado en la época de la biblioteca de Alejandría, dijo él, extrayendo un mamotreto de 1,5 m x 50 cm x 30 cm.
¿Y eso? preguntó ella, sobresaltada.

Continuará...

M. D. Álvarez 

sábado, 22 de noviembre de 2025

El combate. 2da parte.

El aullido del licántropo no solo rompió el silencio del bosque, sino que pareció desgarrar la misma tela de la realidad. Era un grito primigenio, la voz de un depredador que acababa de nacer y que, al mismo tiempo, había existido desde el inicio de los tiempos.
​La criatura, la "mala bestia" que había estado destrozando el bosque, se detuvo en seco. Sus ojos pequeños e inyectados en sangre, que hasta hacía poco solo reflejaban una estúpida y ciega superioridad, ahora mostraban un atisbo de confusión, un error de cálculo que le costaría caro. Había olido debilidad, no la monstruosa potencia que irradiaba el ser que tenía delante.
​El joven, ahora transformado, ya no era el muchacho golpeado e inofensivo que ella había encontrado. Medía más de dos metros, y cada centímetro de su musculatura era tensión pura, poder desatado. Su pelaje, oscuro como la noche y salpicado de sangre —parte suya, parte de los restos de su dolorosa transformación—, se erizaba como púas. Sus manos habían mutado en zarpas con garras que parecían hojas de obsidiana, y sus ojos, dos ascuas doradas, miraban a la mole con un desprecio aún más intenso que el que el texto narraba.
​El mastodonte rugió, intentando recuperar la iniciativa, esa sensación de ser el ser más fuerte en el campo de batalla. Cargó con la misma fuerza bruta que había utilizado para lanzar al joven a la secuoya, pero esta vez, el resultado fue catastrófico para él.
​El licántropo no se movió; simplemente esperó. Cuando el puño del gigante estaba a centímetros de impactar, el licántropo inclinó ligeramente el cuerpo, dejando que el golpe pasara raspando su hombro. El viento que generó el puñetazo desordenó su pelaje, pero no lo hizo retroceder ni un ápice.
​En ese ínfimo espacio de tiempo, el licántropo desató una ráfaga de ataques que desafió la velocidad y la física. No era una pelea; era una ejecución.

​Primer ataque: Las garras derechas dibujaron un tajo profundo y diagonal a través del pecho blindado del monstruo. La sangre oscura brotó como una fuente.

Con un movimiento de látigo, el licántropo giró y su garra izquierda cortó los tendones de la corva de la pierna de apoyo del monstruo. La mole, que nunca había sentido el dolor de ese modo, gritó y se desplomó sobre una rodilla.

El licántropo saltó sobre el hombro del gigante y, antes de que este pudiera reaccionar, hundió ambas zarpas en la base del cuello de la bestia, buscando la yugular con precisión despiadada.

​El coloso convulsionó, intentando agarrar al ser que lo estaba desmembrando, pero sus movimientos eran lentos y torpes en comparación. El joven licántropo se impulsó con un potente salto hacia atrás, aterrizando en el claro donde había estado la batalla inicial.

​El mastodonte se quedó allí, arrodillado. Intentó ponerse de pie, pero la vida ya se escurría de su cuerpo por las heridas letales. Finalmente, se desplomó hacia adelante, su inmenso cuerpo golpeando el suelo y levantando una nube de polvo y hojas. Había terminado. Vencido, no de forma innominosa, sino de forma brutal y final.

​La chica, justo en el límite del bosque, se cubrió la boca con ambas manos, no por miedo al monstruo caído, sino por la figura imponente de su amigo. Él se giró hacia donde ella estaba, su mirada dorada aún ardiendo.

​El licántropo levantó la cabeza y lanzó un último aullido, esta vez no de rabia, sino de victoria, una afirmación de su existencia recién liberada.

​El resto del grupo, que había permanecido paralizado por la incredulidad y la indiferencia, finalmente se acercó, pero se detuvieron en seco al ver la escena: el monstruo masacrado y el licántropo cubierto de sangre, temblando por la adrenalina del combate.

​El licántropo comenzó a encogerse, el proceso de reversión era tan doloroso y violento como la transformación. Su piel se curó, el pelaje desapareció y la musculatura disminuyó, volviendo al joven maltrecho, aunque ahora con una nueva cicatriz en la moral.

​Ella corrió hacia él mientras el resto del grupo se quedaba atrás, asustados y confusos. Él estaba de nuevo tirado en el suelo, agotado, su ropa hecha jirones. Ella lo abrazó.

​—No me has dejado solo. Has cumplido tu promesa —susurró ella, aliviada y aterrada a la vez.

​Él levantó la mano y volvió a tocar suavemente la cabeza de ella. Su voz, ahora humana, era un hilo de sonido:

​—El licántropo no me dejaría morir... no cuando hay amigos que proteger...
​Miró por encima del hombro de la chica hacia sus compañeros, que seguían manteniendo la distancia. Luego miró a su compañera.

​—Pero tenemos que hablar de ellos. Y de este... as en la manga

M. D. Álvarez 

El combate.

Algo que ninguno de sus amigos creería estaba a punto de suceder.

Sería vencido en el campo de batalla de forma innominosa, para escarnio de todos los presentes. Aquel enemigo era aterradoramente superior.

A pesar de todo, él no retrocedería jamás, aunque le costara la vida. Su grupo de amigos no reaccionó a tiempo; solo la única chica del grupo se percató de que algo raro estaba ocurriendo en aquel campo de batalla. Él estaba recibiendo una paliza de cuidado y parecía no defenderse. En uno de aquellos devastadores puñetazos, fue lanzado al interior del bosque que había a su izquierda. Ella aprovechó y se internó en dicho bosque; tenía que ayudar a su compañero antes de que aquella mala bestia lo aplastara.

Lo halló empotrado en una gran secuoya; parecía muerto. Apoyó su oreja contra su pecho y percibió un leve latido.

Al notar una tenue presión sobre su pecho, despertó y, al verla, no supo si había muerto o seguía vivo. Levantó cuidadosamente su mano y la posó cautelosamente sobre la cabeza de ella, que, sorprendida, le preguntó:

—¿Qué te ocurre? ¿Por qué no luchas? 

—He tratado de encontrar su punto débil, pero no lo he encontrado —dijo con voz quebradiza—. ¿Y el resto? ¿Dónde está? —preguntó, sorprendido de verla a ella sola.

—No lo sé, últimamente se han comportado como si el combate no fuera con ellos y me preocupa.

—Creo que yo he tenido la culpa de su desánimo —dijo él mientras aquella mole desgajaba los árboles tratando de encontrarlo—. Debes irte —dijo él, saliendo del hueco de aquella secuoya—. 

—No te voy a dejar si te enfrentas solo a esa mole; te hará ciscos —refirió ella, nerviosa.

—Todavía me queda un as en la manga —dijo él con una leve sonrisa.

—Prométeme que no te vas a dejar matar —refirió con tristeza ella antes de abandonar el bosque.

—Te lo prometo —respondió él. En su mirada había algo más que determinación; había una furia visceral que despertó al licántropo que llevaba en su interior.

La aterradora criatura que avanzaba hacia él no sabía que lo que le esperaba era una bestia sanguinaria con sed de sangre. Su musculatura, otrora destrozada, se había cuadruplicado; su piel se resquebrajaba, saliendo con una ira inconmensurable. Cuando el licántropo estuvo libre, lanzó un aullido desgarrador. Eso debió de ser suficiente como para que aquella mala bestia se diera la vuelta y huyera, pero era irracional y creía que era inexpugnable. ¡Qué equivocado estaba! 

En cuanto llegó al claro, tan solo vio a un extraño ser que lo miraba con desdén y desprecio. Aquello lo cabreó de veras y atacó sin más. No tengo palabras para transcribir la salvaje pelea donde aquel mastodonte fue despedazado sin contemplaciones por el joven que había sido vapuleado hasta hacía 5 minutos.

Continuará...

M. D. Álvarez


viernes, 21 de noviembre de 2025

Preparado para Conquistar.

Después de una noche de cacería, lo único que necesitaba era una ducha de agua caliente para quitarse el barro y las manchas de sangre que cubrían su aguerrido cuerpo. 

Después de secarse, un spray le daría el olor deseado. No podía permitirse presentarse ante ella oliendo a animal salvaje, y menos cuando iba a solicitar una cita con la chica más encantadora de todas las que había conocido. 

Ella era especial, una auténtica y divina diosa. Debería decidir con quién se quedaría: si con aquel armario ropero o con él, un atrevido cazador.

M. D. Álvarez 

jueves, 20 de noviembre de 2025

La sombra tras ella.

Algo insólito le estaba sucediendo. Él era un joven bien parecido que atraía a las jovencitas. Aquella noche, en el bar, mientras bebía un vaso de whisky, se le acercó una pelirroja de ojos verdes que se le insinuó, pero por primera vez no logró saber por qué le dijo que no. Ella, despechada, se largó con viento fresco.

Él seguía observando a un grupo de mujeres y a una en especial; la conocía desde hacía seis meses, pero de pasada. Ella percibió su mirada y, levantándose muy sutilmente, se acercó cimbreando sus caderas y se sentó en el taburete frente a él.

—¿Te puedo ayudar? —preguntó con media sonrisa—. Veo que no me quitas el ojo de encima, así que algo quieres de mí.

Él no podía apartar su mirada de ella porque, tras ella, había una aterradora sombra.

Él le pidió disculpas por ser tan insistente, pero tenía que hablar con ella en privado.

Ella no sabía qué pensar; sabía que era un buen chico y le dio su dirección, diciéndole: "Te espero en dos horas". .

Él salió a la calle; el aire gélido lo espabiló. Debía cuidar de aquella joven; era su destino.

Las moiras la habían visto; su aura era angelical, pero estaba rodeada por la oscuridad, y solo una mente preclara lograría protegerla de caer en las sombras. Él era el único en el mundo que veía las sombras que pululaban por doquier. Se dirigió a la dirección que ella le había dado, llamó al timbre, le abrió la puerta del portal y subió por las escaleras hasta el cuarto piso. 

Ella lo esperaba con mirada embelesada.  —¿Y bien, quieres pasar o prefieres que hablemos en las escaleras?  

—Me gustaría entrar si no te importa —refirió él, viendo la aterradora sombra tras ella..

Una vez dentro de su apartamento, le susurró al oído:  —No te asustes, tienes una gran sombra pegada a tu espalda. Puedes esperar en las escaleras; es cosa de dos minutos.  

Ella, cariacontecida, pues notaba una presencia oscura, espetó en el descansillo de las escaleras.  

Mientras él se interponía entre ella y la sombra, que, furibunda, lo miró de hito en hito, pensando quién era aquel ser que se interponía entre su futuro receptáculo, le lanzó una aterradora mirada.  

—No me das miedo. No sabes con quién te estás enfrentando. He bajado a los infiernos y no hay quien me asuste. Ahora mismo te voy a despellejar de tu negra aura y me la llevaré de vuelta al Seol, de donde no debiste salir—dijo él, sacando un odre ricamente labrado con filigranas en oro y plata. La sombra, al ver el odre, comprendió quién era aquel joven: era el enviado de las Moiras que reclamaban su pago..  

Él destapó el odre y recitó el sortilegio en latín: "Quod exiit, in locum suum redibit, ubi nunquam exierit."

La sombra fue absorbida entre alaridos por el odre que él se apresuró a tapar. Hizo entrar a la joven, quien notó un gran cambio: se sentía más libre, sin tanta presión.. Ella se sintió agradecida; era un chico encantador que la había estado cuidando sin pedir nada a cambio.

—¿Por qué me has defendido? —preguntó ella con gratitud.

Las Moiras me dijeron que tú eres mi destino y que solo debía devolverles la sombra del ladrón de su único ojo, y eso es lo que haré. Le llevaré el odre y volveré contigo, si me permites —dijo él cortésmente.

—Puedo ir contigo, sé que contigo estoy segura —dijo ella con una preciosa sonrisa.

M. D. Álvarez 
Traducción del sortilegio en latín:  
"Quod exiit, in locum suum redibit, ubi nunquam exierit": Lo que salió volverá a su lugar, de donde nunca saldrá.

miércoles, 19 de noviembre de 2025

Regalos de la noche.

Sus fuerzas ya no eran tan vitales como cuando era un lobo joven, aunque su espíritu seguía siendo indomable y noble. Cuando la conoció, su mundo comenzó a cambiar; se aproximaba cada día más a los humanos, a pesar de las advertencias de su augusta madre. 

Él solo deseaba verla, y cada día se arriesgaba más, osando dejar regalos en el alféizar de su ventana: unas veces, los primeros capullos de rosas silvestres; otras, preciosas piedras de vivos colores. Un buen día, ella quiso saber quién era su admirador y lo espetó tras los cristales. Vio salir una figura gigantesca entre la oscuridad; traía algo brillante entre las manos. Cuando estuvo a tres pasos de su ventana, ella la abrió y vio a un adorable licántropo de ojos azules y pelaje dorado. 

Él intentó huir, pero ella lo retuvo diciendo: 

—"¿Por qué huyes, mi noble y hermoso licántropo, si todos los días me traes presentes? Me gustaría verte bien", dijo ella con dulzura.  

—"No soy ni noble ni hermoso, pero me gusta deleitarme con la belleza de tus ojos verdes", dijo él con su dulce voz.  

—"Para mí, eres más noble y hermoso que los amaneceres", refirió ella con determinación.
—Me harías el honor de entrar en mi humilde cabaña, refirió ella con suma delicadeza.

El licántropo recordaba las historias que su dulce madre le contaba sobre los humanos que eran crueles y despiadados, que cazaban a los de su naturaleza por mero capricho.

—Dudas, no te lo reprocho; yo también dudaría si fueras tú. Os hemos maltratado y vituperado sin contemplaciones, pero no todos somos iguales.,dijo ella con tanta resolución que no pudo menos que aceptar su ofrecimiento 

M..D. Álvarez 

Instinto primario. 2da parte.

Con la sangre aún fresca en sus fauces y el eco del rugido del oso resonando en sus oídos, el protagonista sintió que el poder corría por sus venas. Sin embargo, en lo profundo de su ser, una voz le recordaba la razón detrás de su brutal cacería. Ella. Su imagen, dulce y serena, aparecía en su mente como un faro en la oscuridad.

A medida que se adentraba en el bosque, su corazón latía con fuerza, no solo por la emoción de la pelea ganada, sino por la ansiedad de regresar a ella. Cada paso lo acercaba a lo que deseaba, pero también lo enfrentaba con la realidad de lo que había hecho. La sed de sangre había sido saciada, pero ¿a qué costo?

De repente, un crujido entre los arbustos lo hizo detenerse. Su instinto le decía que no estaba solo. Con movimientos sigilosos, se ocultó detrás de un árbol y observó. Un grupo de ciervos pastaba tranquilamente en un claro cercano. La naturaleza seguía su curso ajena a su violencia reciente.

Sin embargo, no era el momento de cazar de nuevo. Se obligó a alejarse del claro; debía controlar sus instintos primarios si quería volver a ella sin ser consumido por la oscuridad que había despertado en él.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad de caminata entre sombras y ecos del bosque, llegó al borde del claro donde solían encontrarse. La luna brillaba intensamente, iluminando el lugar con un resplandor plateado. Allí estaba ella, sentada sobre una roca, mirando hacia el horizonte con una expresión pensativa.

Al verla, una oleada de emociones lo inundó; el deseo y la ternura luchaban contra los vestigios de su furia reciente. Se acercó lentamente, sintiendo cómo cada paso era más difícil que el anterior. Cuando ella giró la cabeza y sus ojos se encontraron con los suyos, todo cambió.

—Te he estado esperando —dijo ella con una voz suave pero firme.

Él se detuvo frente a ella, sintiendo el peso de sus acciones sobre sus hombros.

—No quiero que me veas así —respondió él, dejando escapar un susurro lleno de arrepentimiento—. No quiero ser solo un monstruo.

Ella se levantó y se acercó a él sin ningún miedo en sus ojos.

—No eres un monstruo; eres más que eso. Todos tenemos nuestras batallas internas —dijo mientras acariciaba suavemente su mejilla ensangrentada—. Lo importante es qué elegimos hacer después.

Las palabras resonaron en su interior como un eco sanador. En ese momento comprendió que no importaba cuán oscura fuera su lucha; siempre habría un camino hacia la luz si tenía a alguien a su lado dispuesto a aceptarlo tal como era.

Juntos contemplaron las estrellas brillando sobre ellos mientras él comenzaba a dejar atrás las sombras del pasado y abrazar el futuro que podían construir juntos.

M. D. Álvarez 

martes, 18 de noviembre de 2025

Instinto primario.

Deseaba devorar todo cuanto se cruzara en su camino; sus ansias de sangre parecían inextinguibles. Tenía que saciar su sed de sangre. Si deseaba volver con ella, debía calmar sus ansias de sangre. Detectó un gran oso grizzly y se lanzó en su persecución. Lo alcanzó y no se arredró ante los tres metros de envergadura de aquel aterrador oso. Es más, se lanzó con una aterradora furia que sorprendió al monstruoso oso, pero en vez de retroceder, se lanzó en pos de un adversario pequeño pero fiero.

La pelea fue salvaje y cruel. El oso desgarró su piel de un gran zarpazo y trató de morderle en el cuello, pero a pesar de su corta estatura, logró ganarle la espalda. Al dantesco oso le dio tal dentellada en la yugular, seccionándosela, y siguió lanzándose dentelladas hasta que su sed se fue apaciguando. Con cada dentellada iba saciando su sed; su cuerpo, bañado en sangre, se sentía pletórico, lleno de vida, vigoroso y satisfecho. Debía volver a su lado antes de que lo echara de menos.

Continuará...

M. D. Álvarez 

lunes, 17 de noviembre de 2025

La sombra de la duda.

Lo habían implicado en un oscuro asunto de drogas. Por mucho que lo negara, la sombra de la duda se cernía sobre él como una nube amenazante. ¿Cómo podía tener aquel cuerpo tan musculado y una fuerza sobrenatural sin la ayuda de sustancias prohibidas? Su equipo, que alguna vez lo había admirado, ahora le dio la espalda, sintiéndose avergonzados por su supuesta conducta inapropiada. Un cargo como el suyo debía ser sinónimo de fortaleza y nobleza, no de escándalos.

Todo comenzó cuando uno de sus compañeros, consumido por la envidia, decidió traicionarlo. Afirmó que lo había seguido fuera del cuartel general hasta uno de los barrios más peligrosos de la ciudad, donde se podía conseguir cualquier tipo de droga. Dijo haberlo visto comprar dosis de anabolizantes que se inyectaba allí mismo, en un callejón oscuro y despreciable.

Ella no daba crédito a lo que escuchaba. Con el corazón en un puño, se enfrentó a sus compañeros.
—No puedo creer lo que estáis diciendo —exclamó, su voz resonando con fervor—. Si conocierais a él como yo, sabríais que su cuerpo es un templo y que jamás haría algo para dañarlo. Nunca quiso sobresalir por encima de ninguno; a pesar de que su potencial es un millón de veces superior al mejor entre ustedes, su humildad y buen corazón siempre lo han mantenido al margen del egoísmo. Se merece ese cargo y mucho más.

Con cada palabra, su pasión aumentaba, y sus compañeros comenzaron a sentir la verdad detrás de su defensa. 
—¡Id a buscarlo! —les instó—. ¡Suplicadle perdón! Nunca debisteis dudar de él ni dar crédito a este mediocre que dice ser su amigo.

Movidos por su ardorosa defensa y la chispa renovada en sus corazones, el comando se reunió tras ella. Con determinación en los ojos y un nuevo sentido de propósito, salieron en busca del hombre que habían abandonado.

Mientras avanzaban por las calles oscuras y desoladas, ella lideraba el camino, recordando cada momento compartido con él: las risas, las batallas ganadas juntos y el respeto mutuo que siempre habían cultivado. No podían permitirse perderlo; su inocencia era su única esperanza.

Lo encontraron a punto de enrolarse en un barco mercante. Le suplicaron que no se fuera; habían desenmascarado al delator y había confesado su traición. Él, cabizbajo, se sentía abrumado por todo lo acaecido. Supo que la única que no había creído las acusaciones lo había defendido tan fervorosamente que lo habían restaurado en su cargo con otros beneficios. 

La vio; parecer lo único que podía pensar en lo mucho que le debía. La abrazó con delicadeza.

—No podía permitir que te degradaran y te expulsaran por algo que jamás harías, dijo ella con ternura.

M. D. Álvarez 

domingo, 16 de noviembre de 2025

La fuerza de una canción.

Estaban metidos en aquel atolladero por culpa suya, no había prestado la debida atención a la situación que se estaba dando frente a él. Su mente seguía flotando en un mar de dudas; su corazón le decía una cosa, pero su mente no atendía a razones, y aquella situación se hacía insostenible para él. No podía dividirse en dos; la única pieza en común con él era su verdadero amor, y eso era lo que lo estaba volviendo loco. 

El amor por su equipo y el amor por ella eran irreconciliables; tenía que decidirse. Lo único que le faltaba era la pieza clave en todo aquel embrollo.

Su voz comenzó a fluir de forma arrolladora. La canción favorita de ella era lo que los unía, tanto a ella como a su equipo. La canción era de Queen: "Friends Will Be Friends". Sus pulmones, aunque oprimidos, se llenaron de aire y comenzó a cantar. Su voz, al principio inaudible, fue subiendo en tono y fuerza. La presión cesó y, por fin, comprendió que no tenía que escoger. 

Sus amigos percibieron un leve crujido al otro lado de la pared donde se habían llevado a su compañero. Ella oyó el leve susurro casi agónico de su compañero cantando su canción favorita y comenzó a cantar a pleno pulmón. Sus otros amigos la imitaron y, en cosa de dos minutos, la pared cayó. 

Lo que vieron a continuación los preocupó: su amigo y camarada se hallaba medio destrozado. El verdugo que lo había estado torturando le dijo que nunca había visto un tesón tan férreo ni un amor tan puro hacia sus amigos. Ella siguió cantandole al oído mientras él exhalaba su último aliento.

M. D.  Álvarez 

sábado, 15 de noviembre de 2025

Entre la luz y la oscuridad.

—Quiero que te quedes en la cama, sino se te van a saltar los puntos, dijo ella, besándolo con suavidad. Sabía que era casi imposible mantenerlo en la cama, así que lo incentivó con dulces caricias hasta que él se quedó dormido.

En plena noche, se despertó sobrecogido; había descubierto por qué ella quería mantenerlo en la cama. Ella seguía acariciando su cuerpo con sumo cuidado y mimo, deseaba doblegar su espíritu indomable e iba por buen camino. Sentía la necesidad de cuidar de ella, ser su partenaire.

La suavidad de sus dedos lo colmaba de satisfacción. Sin embargo, sus heridas eran reales y sus cuidados necesarios, así que se dejó doblegar por ella, la única que lo había cuidado.

Mientras el suave murmullo de la noche envolvía la habitación, él se sumergió en un sueño profundo, donde las sombras de sus heridas se desvanecían momentáneamente. En su mente, imágenes de un pasado tumultuoso comenzaron a entrelazarse con la realidad que lo rodeaba. Recordó momentos en los que había luchado solo, enfrentándose a demonios internos y externos, siempre con el corazón encadenado por el miedo.

Pero ahora, en ese cálido refugio, sentía algo diferente. Era como si cada caricia de ella deshiciera lentamente las cadenas que lo mantenían prisionero de su propio dolor. La suavidad de sus dedos era un bálsamo para su alma herida, y por primera vez en mucho tiempo, se permitió soñar con la posibilidad de ser amado y cuidado.

Ella continuó acariciando su cuerpo con ternura, cada movimiento era un canto a la sanación. Se acercó más a él, su aliento cálido acariciando su piel y llenándolo de una sensación de paz. En ese instante, él comprendió que no estaba solo en su lucha; ella estaba a su lado, dispuesta a caminar junto a él en este camino hacia la recuperación.

Despertó de nuevo, esta vez con una claridad renovada. Miró hacia ella y vio no solo a la mujer que lo cuidaba, sino también a una compañera valiente que había decidido estar a su lado en los momentos más oscuros. Su corazón latía con fuerza al darse cuenta de que había encontrado algo de un valor incalculable: un refugio en su amor.

—¿Por qué me cuidas tanto? —preguntó entre susurros, la voz aún rasposa del sueño.

Ella sonrió suavemente, sus ojos brillando con una luz cálida. —Porque veo en ti un guerrero que merece ser amado. Todos llevamos cicatrices, pero eso no significa que debamos enfrentarlas solos.

Sus palabras resonaron en él como un eco de esperanza. Comprendió que permitirse ser vulnerable no era una debilidad; era un acto de valentía. Se inclinó hacia ella y tomó su mano entre las suyas, sintiendo cómo su conexión se fortalecía.

—No sé cómo agradecerte —dijo con sinceridad—. Has hecho más por mí de lo que puedo expresar.

—No necesitas agradecerme —respondió ella, apretando suavemente su mano—. Solo prométeme que lucharás por ti mismo tanto como yo lucho por nosotros.

Esa promesa resonó profundamente en él. En ese momento, supo que no solo debía sanar sus heridas físicas; debía enfrentar también sus miedos y traumas pasados. Con cada caricia y cada palabra suave que ella le ofrecía, sentía cómo la luz empezaba a filtrarse en los rincones oscuros de su corazón.

Y así, bajo el manto estrellado del cielo nocturno, dos almas encontradas comenzaron a escribir juntos una nueva historia llena de amor y valentía.

M. D. Álvarez 

viernes, 14 de noviembre de 2025

El tejo sagrado. 2da parte.

Mientras el joven tejo se erguía majestuosamente en el crómlech de Stonehenge, el licántropo sintió una oleada de emociones encontradas. La alegría por ver cómo la naturaleza comenzaba a recuperarse era inmensa, pero también un profundo respeto y reverencia por el poder que había desatado.

Los árboles que surgían alrededor del tejo parecían danzar al compás de un viento invisible, sus hojas susurrando secretos antiguos. Flores de colores vibrantes brotaban del suelo, creando un tapiz multicolor que celebraba la vida. El aire estaba impregnado de fragancias dulces y frescas, como si la propia tierra estuviera agradecida por este renacer.

Sin embargo, en medio de esta belleza, el licántropo sintió una sombra cruzar su mente. ¿Realmente era digno de ser el guardián de tal milagro? Había luchado contra aquellos que destrozaban la tierra, pero también había conocido la oscuridad en su interior. La lucha constante entre su naturaleza salvaje y su deseo de proteger lo sagrado lo llenaba de dudas.

—¿Por qué me eliges a mí? —preguntó al joven tejo, cuya corteza ahora brillaba con una luz dorada bajo el sol. 

—Porque dentro de ti hay un corazón puro —respondió el tejo con una voz serena—. Has demostrado tu compromiso con la naturaleza y has luchado en su nombre. Tu esencia es parte del ciclo de la vida. 

El licántropo sintió cómo esas palabras penetraban en lo más profundo de su ser. Se dio cuenta de que no estaba solo en su misión; cada planta, cada árbol, cada criatura tenía un papel en el ecosistema. Y él era uno de ellos, un guardián en un mundo que tanto necesitaba su protección.

A medida que se alejaba del crómlech, observó cómo el crecimiento del tejo atraía a aves y pequeños animales. La vida florecía a su alrededor, como si todo estuviera celebrando el renacer del bosque sagrado. Entonces, recordó las historias que le contaba su madre sobre los antiguos druidas y su conexión con la tierra. Ellos también habían conocido el poder del tejo y lo habían venerado como un símbolo de longevidad y renovación.

Con renovada determinación, decidió dedicar su vida a proteger ese lugar sagrado y todos los espacios naturales que pudiera alcanzar. Las criaturas del bosque le habían mostrado que cada pequeño acto contaba; desde plantar un árbol hasta cuidar de un arroyo.

Esa noche, mientras las estrellas titilaban sobre él, se sentó junto al recién plantado tejo y cerró los ojos. En su mente visualizó un futuro donde los humanos convivieran en armonía con la naturaleza. Un mundo donde no solo sobrevivieran los árboles antiguos, sino que cada brote nuevo tuviera la oportunidad de crecer.

El joven lubhair parecía escuchar sus pensamientos, sus ramas meciéndose suavemente como si compartiera esa visión. Y así fue como nació una nueva alianza entre el licántropo y la naturaleza: juntos lucharían por un futuro donde cada ser vivo tuviera cabida.

M. D.  Álvarez 

jueves, 13 de noviembre de 2025

El tejo sagrado.

Su nivel de solidaridad con el planeta era sobrecogedor; se implicaba al máximo. Su coeficiente intelectual era superior a la media y utilizaba todos sus recursos para combatir la devastación humana. En los últimos siglos, se había deforestado casi la totalidad de los bosques y selvas, en una de las cuales nació él, una mezcla de dos especies diferentes, pero con un mismo sentido del deber.

La fortuna de su madre la utilizaba con moderación, solo para casos muy necesarios, y la naturaleza salvaje de su padre la usaba para combatir a quienes destruían los escasos recursos naturales, léase bosques, selvas, junglas y demás florestas. Con cada logro, la naturaleza lo obsequiará con hermosos amaneceres y dulces arcoíris.

Una mañana, en sus rondas, descubrió un tierno brote de tejo. Hacía milenios que no se veían brotes nuevos; aquello fue un acontecimiento importante para él, ya que sabía que en la antigüedad el tejo era un árbol sagrado. De un tejo milenario se talló el cetro del fin del mundo, una vara de 110 cm que, bañada en oro, hubiera hecho palidecer al sol. Si se hubiera utilizado, por suerte no se usó y todavía seguimos aquí.

—¿Y tú de dónde sales? —preguntó para sí.

—¡Oh, milagro! —el joven brote de tejo le respondió—. Soy un regalo de la naturaleza para ti, mi buen guardián.

—¿Cómo que un regalo? —quiso saber.

—Debes cuidarme y, en cuanto sea un joven tejo espigado y robusto, me trasplantarás al lugar más sagrado de todos. Ahí serás mi invitado al resurgir de la naturaleza madre.

Transcurrieron los años y él seguía cuidando del planeta, y con especial cuidado del joven tejo. Cuando hubo alcanzado la edad de 18 años, el joven tejo le habló de la siguiente forma: 

—Mi buen guardián, ya ha llegado el día en el que me debes trasplantar a mi nueva ubicación. 

El noble licántropo utilizó sus garras para desenterrar las raíces del joven tejo y lo cargó sobre su hombro. 

—¿Dónde deseas que te plante? —preguntó. 

—En el centro del crómlech de Stonehenge. Después has de retirarte, pues mi fuerza se centuplicará y hará surgir todo mi vigor rejuvenecido al maltrecha naturaleza madre.

El gran licántropo trasladó al tejo sin casi esfuerzo, se dirigió al enclave más sagrado para los celtas y depositó al joven tejo sobre la piedra central del crómlech. Comenzó a oradar la sagrada tierra con sus grandes zarpas; cuando hubo escalado lo suficiente, cogió al hermoso Iubhair y lo plantó, cubriendo sus raíces con la sacrosanta tierra de Stonehenge. Se retiró a una distancia prudencial. Transcurridos unos minutos, el joven tejo comenzó a crecer de forma vertiginosa. A su alrededor, la naturaleza iba cobrando fuerza, surgiendo árboles de todo tipo y especies, flores que adornaban los alrededores se multiplicaron y, hasta donde él estaba apoyado, los dulces brotes de hermosas flores lo saludaron con real pleitesía.

M. D. Álvarez 

Lubhair: Tejo en gaélico 

Imagen generada por ChatGPT 

miércoles, 12 de noviembre de 2025

El campeón.

Se convertiría en el orgullo y favorito de las masas, el campeón de su mundo, pero él solo quería ser su campeón; no deseaba luchar por nadie más que por ella. 

Cada vez que entraba en el circo romano, debía demostrar su valía como campeón. Por suerte, con cada victoria le seguía un justo premio: las amorosas manos de su amada lo colmaban de atenciones, cosían sus heridas y lo mimaban con dulzura. 

No concebía la posibilidad de perder; si fracasaba, ella sería para otro, y no podía consentir que alguien más disfrutara de sus dulces cuidados, sus tiernos besos y del calor de su piel.

Una mañana, ella lo despertó con dulces besos, susurrando que había sido solo una pesadilla. Acariciaba su piel con suaves dedos, logrando tranquilizarlo. "Tú serás mi campeón, pase lo que pase; mi cuerpo te pertenece solo a ti, mi rey," le dijo con una voz suave como la seda. Colmándolo de ternura y caricias delicadas, logró que él volviera a dormir en un sueño más plácido y sin sobresaltos.

M. D. Álvarez

martes, 11 de noviembre de 2025

El don del amor. 2da parte.

Ella lo miró con ojos brillantes mientras se acercaban al lecho, cada caricia era una promesa silenciosa de lo que estaba por venir. Él sintió cómo el mundo exterior se desvanecía; solo existían ellos dos en ese instante perfecto.

—He estado esperando este momento —susurró ella, su voz envuelta en ternura.

Él sonrió, sintiendo que cada palabra resonaba en su corazón. No solo era el deseo físico lo que los unía; era una conexión profunda y sincera que los hacía sentir completos.

Mientras sus labios se encontraban con una mezcla de pasión y dulzura, él la tomó suavemente de la cintura y la acercó más a él. El aroma de las rosas llenaba el aire, mezclándose con el calor de sus cuerpos. Cada beso era un viaje hacia lo desconocido, un descubrimiento del amor en su forma más pura.

A medida que la noche avanzaba, compartieron risas y susurros llenos de promesas. Se dejaron llevar por la corriente de sus emociones, creando recuerdos imborrables en ese refugio lleno de luz y amor.

Cuando finalmente se recostaron juntos bajo las suaves sábanas, él sintió cómo todas sus preocupaciones se desvanecían. En ese momento, rodeado por el calor de su amor y la fragancia de las rosas, supo sin lugar a dudas que había encontrado su hogar.

—Te prometo que siempre estaré aquí —dijo él en un murmullo mientras acariciaba su cabello.

Ella sonrió y cerró los ojos, dejando que el sonido de su voz la envolviera como una manta cálida.

—Y yo siempre seré tu refugio —respondió ella antes de caer en un sueño profundo y sereno.

M. D. Álvarez 

lunes, 10 de noviembre de 2025

Bajo el ciclón.

Con aquellas correas no lo podía mantener atado, pero debía impedir que saliera, y menos en aquella noche tan aulladora. Tenían al ciclón tropical Sansón, que traía rachas de hasta 200 km/h encima, y tenía que ser en aquella noche, justo la noche de luna llena, cuando su lobo toma el control. 

Utilizó cinta americana extrafuerte para sujetarle las manos y los pies, aunque no serviría de nada si la mutación lo hacía especialmente fuerte. Así que, en última instancia, utilizaría un sedante para elefantes.

—Por mucho que insistas, no vas a salir a correr bajo el ciclón —dijo ella con tono severo.

Él la miraba con aquellos ojillos de cachorrito suplicante.  

—No me mires así, no puedo dejarte salir; las rachas son devastadoras.

Comenzó a sentir a su bestia pugnar por salir, destrozando su cálida piel. Ella lo veía sufrir y desesperarse, tratando de desembarazarse de las correas y la cinta americana. Se había deshecho de la cinta y se debatía con las correas, así que ella optó por sedarlo. El lobo se apoderó del cuerpo de su amor, pero permaneció dormido hasta la mañana siguiente.

M. D. Álvarez 

domingo, 9 de noviembre de 2025

El serafín.

Su mirada de un azul intenso fue lo último que vio, y su voz diciendo: "Tranquila, yo siempre te protegeré". Un fulgor los envolvió con una luz cálida que abrasó todo a su alrededor, pero aquellos preciosos ojos azules no cesaron de mirarla; mantuvo el contacto visual mientras sus grandes alas la envolvían, protegiéndola de las llamas abrasadoras que aquel dragón lanzaba contra los dos. Cuando el aliento del dragón cesó, él utilizó su flamígera espada para atravesar el corazón del dragón, mientras que con su brazo izquierdo la sostenía.
aquel serafín de ojos azules y melena ondulada y de color negro azabache la protegía de las llamas ella era su elegida y cuidaría de ella hasta el final de los tiempos. 

La batalla había terminado, y el silencio se cernía sobre el campo de cenizas. Ella miró al serafín, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. A medida que el polvo se asentaba, se dio cuenta de que no solo había sobrevivido al ataque del dragón, sino que también había experimentado una conexión profunda con él.

—¿Estás bien? —preguntó él, su voz suave como un susurro, mientras las alas se retiraban lentamente, revelando un cielo despejado.

—Sí, gracias a ti —respondió ella, aún aturdida por la experiencia. Sus ojos azules brillaban con preocupación y ternura.

Él sonrió levemente, pero su expresión era grave. 

—Debemos irnos de aquí. El dragón no era el único peligro; otros podrían haberlo visto caer.

Ella asintió, sintiendo la urgencia en sus palabras. Sin embargo, no podía evitar preguntar:

—¿Por qué arriesgaste tu vida por mí? No soy más que una simple mortal.

El serafín la miró con intensidad, como si intentara leer su alma.

—Eres mucho más que eso. Eres la luz en la oscuridad, mi razón para luchar. Desde el momento en que te vi, supe que estaba destinado a protegerte.

Ella sintió una oleada de emoción al escuchar sus palabras. Era como si cada latido de su corazón resonara con la verdad de lo que él decía.

—¿Y ahora qué? —preguntó ella, sintiéndose un poco perdida en medio de esta nueva realidad.

—Ahora debemos encontrar un lugar seguro donde puedas estar a salvo —respondió él—. Hay secretos antiguos que debemos descubrir juntos.

Mientras caminaban hacia el horizonte, ella sintió un nuevo propósito florecer dentro de ella. No solo era una mortal; era parte de algo mucho más grande. Y junto a él, estaba dispuesta a enfrentar lo que viniera.

A medida que avanzaban, el paisaje cambiaba a su alrededor. Las cenizas dejaban paso a verdes prados y montañas majestuosas; el aire se llenaba de frescura y esperanza. Ella tomó la mano del serafín, sintiendo su calidez y fuerza.

—¿Cómo se llama este lugar? —preguntó curiosa.

—Este es el Reino de los Elegidos —respondió él—. Aquí es donde los destinos se entrelazan y las leyendas cobran vida.

Con cada paso que daban juntos, ella comprendía que estaban destinados a escribir su propia historia en ese reino mágico. Y aunque los desafíos estaban por venir, sabía en lo profundo de su ser que no estaba sola. Tenía a su lado a un serafín valiente dispuesto a luchar por ella y descubrir los secretos del mundo juntos.

M.D. Álvarez 

sábado, 8 de noviembre de 2025

Transformación por amor.

Todo ocurrió una mañana. Al despertarse, su cuerpo había evolucionado; era un vigoroso licántropo con un recio y apuesto cuerpo. Se despertó al lado de su hermosa compañera, que dormía satisfecha después de una noche de sexo desenfrenado. La amaba con locura; siempre supo que ella sería la primera y la única a la que amaría con todo su ser. 

Se sintió extraño, como si algo lo llamara fuera en el bosque. Salió, después de cubrir el dulce cuerpo de ella con delicadeza, por la ventana y se internó en el bosque. Se sintió libre, con unas ganas terribles de correr en libertad. 

Se desvistió y dejó doblada su ropa en un gran tocón. Salió disparado en pos de algún animal al que echarle la zarpa encima. Cazó tres liebres rollizas y se zampó una de ellas; la caza le había dado hambre. Despellejó y evisceró la liebre que se comió, degustó bocados y regresó al tocón donde había dejado su ropa. 

Regresó a la casa, pero antes de entrar, metió su melena y cabeza en un balde para limpiarse de los restos de sangre que tenía en el rostro. Ella seguía fundiendo, pero en cuanto lo oyó llegar, se levantó.  

—Te has levantado temprano —dijo ella con una sonrisa traviesa.  

—He ido a cazar la comida —refirió él, dejando las dos liebres rollitos sobre la mesa.  

Ella lo miró, cautivada por el magnífico aspecto que lucía después de haberla amado con delicadeza y dulzura toda la noche.

M. D. Álvarez 

viernes, 7 de noviembre de 2025

El rey Pakal.

Con su macuahuitl en la mano y sujetando su antañauchi con la diestra, era un enemigo formidable. Cada lanzamiento de su venablo era un enemigo muerto, y cada golpe con su macuahuitl sesgaba enemigos por doquier. 

Su noble alcurnia lo hacía imparable; su sangre de jaguar lo convertía en una fiera sanguinaria que no tenía piedad de sus enemigos. Por ello, era el príncipe maya más laureado en todas las batallas. Su nombre era K'inich Janaab' Pakal en lengua maya, y traducido sería "Escudo Ave-Janaab’ de Rostro Solar". Tal era su arrojo y valor que el mismo sol había palidecido, tornando su luz en oscuridad. El joven K'inich Janaab' Pakal alzó su fuerte voz y ordenó al sol que saliera de su escondite si no quería verse atravesado por uno de sus certeros venablos. El sol apareció paulatinamente, fijando sus dorados rayos sobre el bravo guerrero. Había logrado dominar al astro rey y a su peor enemigo, B'olon U B'aah Noh-il Ye'eb', gobernante de la grandiosa Tikal.

A la avanzada edad de ochenta años, nuestro antaño fiero príncipe murió. Su pueblo lo enterró en la pirámide que él había ordenado construir, la pirámide de las inscripciones, en un suntuoso féretro construido de turmalina negra, sobre el que colocaron una losa gigantesca ricamente labrada con la efigie del soberano de Palenque, a quien todos conocemos como rey Pakal, el astronauta de Palenque.

M. D. Álvarez

jueves, 6 de noviembre de 2025

El rey del bosque.

Con aquel aspecto de rudo leñador, se escondía un afable y encantador joven de espíritu indomable y corazón noble, que solo quería vivir en paz en su bosque natal. No tenía compañera, pero hasta que la vio, no supo que la necesitaba. La vio un buen día corriendo por el bosque en persecución de un gran ciervo de 12 puntas, al que dio alcance en un gran claro donde descubrió su valor. Él la observaba desde el linde y vio cómo el ciervo la embestía, pero ella, de un salto, lo esquivó y, con su cuchillo, le cortó el cuello y puso su blanca mano sobre la testuz del ciervo abatido.

—Hace mucho que me observas —preguntó ella sin moverse.

El joven leñador avanzó, entrando en el claro.

—Unos días, no más —respondió.

—El bosque me habla de ti, dice que eres de noble corazón y que cuidas de todas las criaturas. ¿Te molesta que haya cazado a este magnífico macho de 12 puntas? —preguntó, perpleja; leía su interior como si fuera ella misma.

—No, si es para alimentarte —dijo el leñador... 

—Eres sincero e íntegro; tienes todo el derecho de reclamar parte de esta presa, ya que tú eres el dueño de este vasto bosque —dijo ella, sajando la mejor parte para él.  
Le ofreció el corazón aún palpitante de aquel macho agonizante.  

—No puedo aceptar tu oferta, ya que no he participado en su cacería —respondió, visiblemente confundido. 

Aquella joven lo enervaba y provocaba; era como si la conociera de toda la vida, pero tan solo la había visto dos días. Siempre corría como una gacela; a él le costaba seguirla, salvo aquella noche anterior de luna llena, cuando su naturaleza salvaje tomó el dominio de su cuerpo. No recordaba nada de la noche anterior, aunque ella conocía su secreto; guardaría silencio. El bosque era su territorio y cuidaba de él. Si deseaba conocerlo mejor, debería convivir con él. El bosque era tajante en lo concerniente a su señor.

M. D. Álvarez 

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Peligro en el arroyo.

Para que mañana pueda montarla otra vez, la cepillaba y daba lustre a la preciosa yegua para que al día siguiente su adorable niñita cabalgara sobre su hermosa yegua alazana, Densie, de noble carácter. Su pequeña, cada vez que entraba en la cuadra, cogía un puñado de heno y se dirigía hacia Densie, ofreciéndole el heno con aquella angelical sonrisa. Y cuando no había heno, se las arreglaba para coger una manzana del frutero de su madre y corría rauda a la cuadra, donde Densie la esperaba con plácidos relinchos. Tomaba mansamente de sus tiernas manitas; era su perdición el amor que tenía esa yegua por su hija. El granjero la cepillaba con suavidad las hermosas crines negras que su pequeña gustaba de trenzar.

A la mañana siguiente, su pequeña lo esperaba sentada en la silla. Su madre canturreaba preparando el desayuno; puso cuatro tortitas en el plato de la pequeña y ocho en el de él. Le sirvió un café y siguió canturreando mientras los dos desayunaban.  
La chiquilla se levantó antes de terminar.  
—Tienes que acabártelo todo —dijo su padre, terminando con la última tortita con miel.  
La niñita se sentó y, hasta que no limpió el plato, no se levantó. Todo repitió el padre.  
La pequeña se bebió el gran vaso de leche y salió corriendo en dirección a la cuadra. El granjero abrió la cuadra y allí estaba Densie. La chiquilla extendió su tierna manita y le ofreció un azucarillo.  
Mientras su padre colocaba la corona favorita de la yegua, después tomó la silla de montar favorita de su adorable niñita y la ató un poco por encima de la cruz, y la dejó caer. Después, ajustó la cincha y subió sin esfuerzo a su preciosa hijita. Ajustó los estribos a la medida de su pequeña, después le colocó el bocado y entregó las riendas a su angelito, que lo miraba con admiración y un brillo especial en su mirada.

—¿Vienes conmigo, papi? —pidió su hijita.  
—Claro que sí, tesoro mío. Voy a ensillar a Agnus y daremos una vuelta hasta el arroyo.

La adorable jovencita vio cómo su padre sacaba a Angus, un precioso caballo shira de color tordo. Lo ensilló y se subieron los dos al saloon de la cuadra y se acercaron al porche, donde ella los esperaba con unas alforjas.

—Os he puesto unos bocadillos y un par de cantimploras —dijo con una gran sonrisa—. No volváis tarde —dijo despidiéndose.

Los dos se alejaron en dirección al prado sur, por donde transcurría un pequeño arroyo. Al llegar, ató a Angus a la rama de un gran roble y bajó con delicadeza a su benjamina, atando a Densie a la rama del roble. Tendió una manta, abrió las alforjas, sacó dos bocadillos y se sentaron a comer. La jovencita recogió flores en el prado e hizo una corona con flores que colocó a su padre.

Hubo un crujido y los caballos se asustaron; Angus coceaba.

—¿Angus, qué pasa, chico? —preguntó el granjero.

—Lilit, ven, debemos volver —dijo Izado a su angelito, a la silla de Densie. De pronto, un gran rugido: un gran puma se acercaba. 

—Lilit, debes volver; yo iré detrás tuyo —dijo el granjero, golpeando la grupa de Densie. 

Angus estaba muy alterado y se soltó de la rama. Antes de que el granjero lograra subirse, huyó en dirección a la granja. Lilit se aferró fuertemente a las riendas y azuzó a Densie. Al llegar a la granja, Lilit llamó desesperada a su madre, que salió asustada.

—¿Y tu padre? —preguntó ella, bajando a su angelito, que solo acertaba a decir: "dijo que venía detrás de mí". 

—¿Dónde estabais? —preguntó desesperada. 

—En el arroyo, cerca del gran roble —dijo la chiquilla.

—Lilit, quiero que me esperes en casa; yo voy a buscar a tu padre.

Soltó los estribos y se subió a la yegua, que emprendió una veloz carrera hasta el gran roble junto al arroyo. Lo que vio al llegar la horrorizó: un gran puma yacía sobre el cuerpo de su marido. Corrió hacia aquella bestia, que seguía inmóvil, y se fijó en que tenía un gran cuchillo de monte incrustado en las costillas. Empujó con todas sus fuerzas al pesado animal. 

El granjero tenía graves heridas, pero seguía con vida. Hizo acopio de todas sus fuerzas, trajo a Densie e hizo que se tumbara al lado del granjero. Primero pareció reacia. 

—"Densie, sigue vivo, él te ha cuidado desde que naciste, se lo debes", dijo ella.

Densie pareció entenderla y se tendió al lado del granjero. Ella lo acomodó sobre el lomo de la yegua y la hizo levantarse. Se subió y volvió a la granja, donde Lilit esperaba que volvieran. Cuando oyó ruido afuera, miró por la ventana y vio a su madre que traía un cuerpo sobre la grupa de su hermosa yegua.. Salió a coger las riendas. 

—"Lilit, quieto, que lleves a Densei al establo, la cepilles y le pongas heno. Cuando te llame, vienes, ¿me has oído?", preguntó su madre.  

—¿Papá? —preguntó la chiquilla.  

—Está vivo, pero debo de coserlo y cauterizarlo. Así que haz lo que te dijo.  

La granjera bajó el cuerpo todavía inmóvil del granjero y lo metió en la cabaña. Lo tendió en la cama con el mismo cuchillo que él utilizó para acabar con la vida del gran puma, lo puso al fuego y cauterizó las aterradoras heridas, cosió los músculos desgarrados y lo vendó. Seguía inconsciente, pero estaba vivo.  Llamó a Lilit, que corrió a casa.  

La pequeña había limpiado lo mejor que pudo la sangre de la grupa de su yegua.  
Pasaron cuatro días hasta que el recio granjero se despertó y las vio a las dos dormidas, una a cada lado.  

Estaba vivo y de regreso con su familia; no podía pedir más.

M. D. Álvarez 

martes, 4 de noviembre de 2025

Aura de impenetrabilidad.

Los de la ambulancia llevaban cubierto por una sábana empapada en sangre su cuerpo fibroso y musculado. Había sido cosido a puñaladas, por mucho que ella intentó impedir la pérdida de sangre mientras llamaba a una ambulancia. 

Cuando llegaron, estaba tirado en medio de un gran charco de sangre. Los enfermeros más diestros cortaron las múltiples hemorragias y lo trasladaron al hospital, donde ingresó con un paro cardíaco que lograron revertir. Una vez en la habitación, su estado no mejoraba; aun así, ella no se separó de la cabecera de la cama. 

Él había sufrido aquel ataque por culpa de ella; al irse sin escolta, lo obligó a seguirla sin las medidas necesarias de protección. No se había podido equipar debidamente con su aura impenetrable; por eso, sus heridas fueron tan graves. Si ella no hubiera salido, nada de aquello habría pasado.

Tardó cuatro días en despertar, dolorido pero feliz de ver que ella estaba a su lado.

M. D. Álvarez 

lunes, 3 de noviembre de 2025

Habitación oculta.

La habitación oculta era donde ella lo ocultaba y él cuidaba de ella cuando tenía visitas inoportunas. Aquella última visita fue especialmente inquietante; era su jefe de distrito, a ella no le gustaba, era excesivamente tocón y aquella tarde no traía buenas intenciones: le había traído una caja de bombones.  

—Sírvete —dijo educadamente.  

Ella cogió uno y lo comió. Al cabo de media hora, comenzó a sentirse mareada, lo que su jefe aprovechó para meterle mano en sus braguitas.  

Su reacción fue instantánea: salió de la habitación oculta y lo agarró de las pelotas, diciendo:  —Quítale tus sucias manos de encima, si aprecias tus huevos —dijo, estrujándoselos y tirando de aquel cerdo en dirección a la puerta de la calle—. Como te vuelva a ver cerca de ella, te los voto, ¿te ha quedado claro? —le advirtió.  

Volvió donde estaba ella y la llevó al hospital; aquel degenerado la había drogado con rohypnol.

M. D. Álvarez 

domingo, 2 de noviembre de 2025

Gracias papá.

Echo de menos los largos paseos que dábamos sin importarnos el tiempo. Últimamente, a regañadientes te sacábamos y parecía que no querías salir. Ahora me doy cuenta de que añoraba a mamá; ahora estás con ella en un mundo de luz y amor. 

No te inquietes por dejarnos solos en este mundo abocado a la oscuridad. Nos hicisteis fuertes y decididos; encararemos las vicisitudes de la vida y saldremos adelante. Para eso nos criasteis de carácter fuerte y determinados. 

Gracias, papá.

M. D. Álvarez 

Día de fieles difuntos.

Hace seis años que perdí a mi madre y todos los años la echo muchísimo de menos. Solo hay un día en que las fronteras de la muerte están más desdibujadas y los muertos aprovechan para cruzar y visitar a sus familiares.

Desde hace seis años espero anhelante su visita. Siento su presencia antes de dormirme; siento cómo se sienta al borde de la cama y dulcemente acaricia mi pelo. Entreabro los ojos y una leve luminiscencia me confirma que ella está bien y en paz.

Siento que me cuida al lado de un dios que, viendo el gran corazón que latía en el pecho de mi madre, se la llevó. Su sempiterno amor nos privó de su luz para iluminar nuestro camino al más allá.

Hasta el año que viene, mi bienamada madre.

M. D. Álvarez 

Consumación.

En aquella cueva, que se encontraba semicubierta por la última nevada, se iba a dar una apasionada relación entre ellos. Llevaban posponiendo su relación más de tres años, pero de aquella cueva no saldrían sin haber consumado su amor. 

Él tendió una gran manta de piel de tigre lanudo y colocó bajo ella piedras calientes que había puesto a calentar en la fogata. Llevaban acumulando mucha tensión sensual y estaban a punto de estallar. Ella permanecía observándolo, mientras trasteaba con los preparativos; había comprado ostras belón, fresas con nata y una botella de buen champán Möet Chandon, todo para complacerla y satisfacerla..

La observaba con visible deseo. Ella tomó una de aquellas deliciosas ostras, le puso un poco de limón y se la llevó a la boca. Cogió otra y se la ofreció a él, que la devoró con satisfacción. Cuando terminaron con las ostras, comenzaron a devorar con ávido deseo las fresas con nata. No pudieron acabar con ellas; el deseo los atrapó y allí, bajo las pieles de martas cibelinas, consumieron su amor. Una vez satisfecho su deseo, brindaron con champagne.

Aquella cueva fue el primero de muchos lugares donde lograron estar a solas y satisfacer sus deseos.

M. D. Álvarez 

sábado, 1 de noviembre de 2025

La maldición de Midas.

Te puedes hacer de oro, y no en sentido figurado. Aquella oquedad encontrada en las inmediaciones del palacio del afamado rey Midas tenía un secreto muy especial: podía transmutar cualquier materia prima en oro. Pero el pobre rey Midas no se percató hasta que fue demasiado tarde, cuando su adorada Zoe se metió dentro de aquella abertura. 

Su hermano Liertes fue en su busca; la encontró convertida en una estatua de oro. Su buen padre lloró amargamente la pérdida de su dulce hija; ni todo el oro del mundo lograría disipar la tristeza del buen Midas, por más oro que le ofrecieran.

M. D. Álvarez