Aquel símbolo grabado en su pecho no lo convertía en un bicho raro; él se sentía observado cuando estaba en la playa. Pero deseaba que ella sintiera que era muy especial para él. Aquel grabado lo llevaba también en su corazón, pero allí tenía grabado a fuego el nombre de su amada. Ella, al ver su pecho tatuado con su nombre, se sintió orgullosa.
Se sentía arrebolada cada vez que sus amigas lo veían sin camiseta; se quedaban extasiadas observando tan magnífico tatuaje.
Eso sí, si alguna de ellas se atrevía a tocarlo, ella se interponía cual paloma territorial; él solo era suyo, nadie tenía permiso de tocarlo, salvo ella.
M. D. Álvarez.
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