domingo, 14 de diciembre de 2025

Ecos de una amistad.

No soportaba verla llena de cardenales; por mucho que ella tratara de cubrirse los moretones y de disculparlo, no tenía ningún derecho a pegarle.

Si se lo encontrara un día en un callejón oscuro, le haría probar su propia medicina. Ella era su mejor amiga y siempre había cuidado de él, así que le debía hacer lo mismo.

—Sabes que no está bien lo que te hace —le dijo suavemente.

—Lo sé, pero después se arrepiente y me jura y perjura que no lo volverá a hacer.

—Sí, pero... —quiso contestar, pero no lo hizo; la mirada de tristeza lo decía todo.

—¿Quieres quedarte conmigo esta noche? —preguntó él con un tono conciliador.

—No te importa. No quiero ponerte en un aprieto —respondió ella.

—¿Aprieto con quién? No le tengo miedo. Respondió él. Si lo cojo por ahí afuera, lo estampo, pensó para sí.

Él durmió en el sofá y le dejó a ella su dormitorio. A la mañana siguiente el le había preparado un delicioso desayuno. 

A la mañana siguiente, el sol entraba a raudales por la ventana de la habitación. Ella se despertó con el aroma del café recién hecho y el sonido de los utensilios chocando en la cocina. Se levantó despacio, sintiendo un ligero dolor en sus costillas, pero ignorándolo. Al salir al salón, vio a su amigo en la cocina, con una sonrisa que iluminaba su rostro.

—Buenos días, chef —dijo ella, tratando de imitar un tono ligero.

Él se giró y le sonrió. 

—Espero que tengas hambre, porque he preparado tostadas francesas y frutas. ¡Es tu favorito!

Ella se sentó a la mesa, disfrutando del desayuno que él había preparado con tanto esmero. Mientras comían, él la miraba con preocupación.

—¿Cómo te sientes? —preguntó, con una seriedad que contrastaba con el ambiente alegre del desayuno.

Ella bajó la mirada, jugando nerviosamente con su tenedor. 

—No lo sé... A veces siento que estoy atrapada. Él siempre jura que cambiará, pero las cosas nunca mejoran.

Él tomó un sorbo de su café antes de responder.

—No tienes que seguir así. Tienes opciones. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que necesites. No estás sola en esto.

Ella sintió un nudo en la garganta. La calidez de su oferta era reconfortante, pero también aterradora. ¿Y si eso significaba dejar atrás todo lo que conocía? ¿Y si él no podía protegerla?

—Gracias... realmente aprecio lo que estás haciendo por mí —dijo ella finalmente.

Después del desayuno, él decidió llevarla a dar un paseo por el parque cercano para despejarse un poco. Mientras caminaban entre los árboles y las risas de los niños jugando, ella empezó a sentirse más ligera. Pero al mismo tiempo, una sombra se cernía sobre su mente: ¿qué pasaría cuando regresaran a casa?

De repente, su teléfono vibró en el bolsillo y su corazón se detuvo al ver el nombre en la pantalla. Era él.

—¿Lo vas a contestar? —preguntó él, notando su expresión.

—No... No quiero —respondió ella con firmeza, aunque su mano temblaba al sostener el teléfono.

—Si quieres hablar con él o necesitas ayuda para enfrentar esto... estoy aquí —insistió él.

Ella miró a su amigo a los ojos y vio la sinceridad en su mirada. Era un refugio seguro en medio del caos.

—Tal vez... tal vez sea hora de hacer algo al respecto —dijo finalmente, tomando una decisión que había estado evitando durante demasiado tiempo.

M. D. Álvarez 

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