Le habían consentido todo, pero aquel día luchó por sí solo, sin ayuda de ningún tipo, tan solo con sus puños y su destreza. Los contrarios lo vieron y se rieron en su cara; eso le hizo esforzarse al máximo. A pesar de las armas que portaban sus contrincantes, no se arredró; es más, sintió un acicate que lo hizo luchar con mayor bravura.
El primero de los que se abalanzó sobre él recibió un gancho al hígado. Los siguientes fueron recibidos con una lluvia de golpes de tal fuerza y velocidad que ni los vieron venir. A pesar de todo, lograron herirlo en un costado. Todo aquello era visto con fuertes muestras de entusiasmo por parte de sus compañeros. Todavía faltaba un agresivo contrincante; ya sabía cómo noquearlo. De un atlético salto impactó su rodilla en la mandíbula, rompiéndosela en tres partes.
Se acercó a la zona de enfermería para que le echaran un vistazo a su costado. Ella lo miró con detenimiento y le dijo: —"Sabes que, a pesar de todo este esfuerzo, seguirán pensando que eres mi consentido.".
—"Lo sé, pero también se pensarán muy mucho en hacerme enfadar" —dijo él con dulzura.
Ella cogió su herida y la cubrió con un apósito, y a la vista de todos, tanto sus amigos como sus contrincantes, le besó con tal pasión que redobló sus energías para los siguientes combates.
Continuará...
M. D. Álvarez
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