—Magullado, pero aquí sigo, lo oyó decir por el interfono. Era su última esperanza y lo sabía; por eso, la noche anterior le dio un motivo para volver. Habían dormido juntos y le susurró al oído dos palabras:
—Estoy embarazada —dijo con aquella preciosa sonrisa. Ella lo era todo para él y debía cuidar de ella y de la futura vida que se estaba gestando en su vientre.
Debía arreglar la entrada de aire si quería que siguieran vivos. Lo que no contaban era que, en el exterior, él sufriría un accidente; aún así, logró arreglar los desperfectos en el sistema autónomo de oxígeno. Ella supo que él regresaría cuando el cuadro de mandos comenzó a encenderse y todas las luces estaban en verde.
—Tu padre volverá pronto —dijo ella, tocándose el vientre con ternura.
Al día siguiente, en la esclusa de admisión, se encontraba él con su sonrisa afable y con un brazo en cabestrillo. En su brazo sano portaba una caja de madera con hermosas florituras.
Él avanzó con cautela, cada paso resonando en el silencio tenso del entorno. La caja de madera brillaba con la luz tenue de la esclusa, y su corazón latía con fuerza. Cuando llegó a su lado, sus ojos se encontraron, y en ese instante, el mundo exterior se desvaneció.
—¿Qué traes ahí? —preguntó ella, con una mezcla de curiosidad y ansiedad.
—Un regalo —respondió él, sonriendo a pesar del dolor que sentía en su brazo. Con delicadeza, abrió la caja para revelar un pequeño par de zapatos de bebé, tejidos a mano con hilos de colores suaves. —Quería que supieras que estamos juntos en esto. Siempre.
Ella se llevó las manos al corazón, sintiendo cómo la emoción la embargaba. Las lágrimas comenzaron a asomarse en sus ojos mientras tomaba los zapatos entre sus manos.
—Son hermosos... —susurró, sintiendo el peso de la promesa que representaban.
Él asintió, sintiendo que cada palabra que intercambiaban era un pacto silencioso entre ellos y el futuro que estaban construyendo. A pesar del accidente y las dificultades que enfrentaban, su amor era un refugio.
—Vamos a salir de esto juntos —dijo él, tomando su mano con suavidad. —Te prometo que haré lo necesario para protegerte a ti y a nuestro hijo.
Ella apretó su mano, sintiendo una oleada de esperanza y determinación. Sabían que el camino sería difícil, pero juntos podían enfrentar cualquier tormenta. Miraron hacia el horizonte, donde la luz comenzaba a filtrarse a través de las rendijas del refugio, simbolizando un nuevo comienzo.
M. D. Álvarez
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