El mero contacto físico estaba prohibido; todavía no sabía cómo podía controlar sus apetitos, y tenía muchos. Cada vez que la veía, sus instintos más primarios se disparaban y solo podía desquitarse con el saco. Ella sabía la presión a la que él estaba sometido; si tan solo pudiera acariciar su piel marfilea, lograría desestresarlo y si había suerte lograría besarlo de una forma tan dulce y apetitosa.
La tensión en el aire era palpable, como si el entorno mismo supiera de sus deseos ocultos. Él se esforzaba por mantener la compostura, pero cada vez que ella se acercaba, su corazón latía con fuerza, como un tambor que marcaba el compás de sus pensamientos desbordados. La miraba de reojo, imaginando cómo sería sentir su piel suave contra la suya.
Ella, por su parte, notaba la lucha interna que él enfrentaba. Su mirada intensa y la forma en que apretaba los puños al golpear el saco hablaban de un deseo reprimido que casi podía tocarse. Decidida a romper la barrera que los separaba, dio un paso hacia él, con su voz suave como un susurro: "¿Qué pasaría si te dejases llevar por un momento?"
Él tragó saliva, sintiendo que cada palabra era una invitación a cruzar esa línea prohibida. "No puedo... no debemos", respondió con un hilo de voz, aunque sus ojos traicionaban su verdadero anhelo.
"¿Y si solo fuera un instante?", sugirió ella, acercándose aún más. El espacio entre ellos se encogió y el mundo exterior se desvaneció. En ese momento, todo lo que existía era el deseo palpable y la posibilidad de rendirse ante él.
M. D. Álvarez
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