miércoles, 3 de diciembre de 2025

El aullido.

Había salido a cazar en una de las noches más frías de todo el invierno. Su parte licántropica pugnaba por salir; casi no le dio tiempo a entrar en el bosque y se desnudó, dejando paso a su transformación. 

Su denso pelo lo resguardaba del infernal clima del gran norte; el aire helado llenaba sus pulmones, vivificando sus músculos. Desde un risco, oteó el horizonte y olfateó el aire fresco, detectando aromas conocidos y extraños.. 

Uno de aquellos extraños olores lo atrajo a un claro del bosque, donde un portentoso ciervo de 14 puntas ramoneaba displicente; se creía a salvo por su gran cornamenta. Se aproximó sigilosamente y se puso en contra del viento. Avanzó suavemente hasta que estuvo a dos metros; entonces saltó sobre el aterrorizado ciervo, que intentó escapar, pero no pudo porque le asestó una férrea dentellada en el cuello, desgarrándolo. 

El ciervo cayó inerte mientras el gran licántropo lanzaba un aullido aterrador; se había cobrado su presa y no volvería a cazar hasta que no diera buena cuenta de la carne del ciervo. Lo jaló sobre sus hombros y regresó donde había dejado su ropa, que recogió y se dirigió a su finca, donde lo esperaban su mujer y sus cuatro pequeños.

M. D. Álvarez 

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