A pesar de sus graves heridas, la transportó con sumo cuidado, pues llevaba a su hijo en su vientre. Ella permanecía durmiendo; él la depositó con sumo cuidado sobre el cheslong y la cubrió con una gruesa manta. Estaba helada de frío.
El accidente había sido horrible, pero él la protegió con su cuerpo y los golpes fueron brutales: varias costillas rotas y contusiones múltiples. De todas formas, ella era más importante que él; su alcurnia la hacía merecedora de uno de los mayores cargos de gobierno.
Él tan solo era su guardaespaldas y novio oficial; acababa de anunciarlo a los cuatro vientos: estaba embarazada de él, su guardaespaldas y novio.
Tomó el móvil y pidió una ambulancia. Ella seguía dormida y no era normal.
Llegaron en diez minutos. La transportaron al Hospital de St. Mary's. Él se subió con ella; no dijo ni mu, pues ella era lo importante para él. Cuando estuviera a salvo, ya se ocuparía de sus lesiones.
Al salir de valorarla, le dijeron que el bebé estaba bien y ella también; solo necesitaba descansar. Podía pasar a verla. Entró y se sentó a su lado. Ella puso su mano sobre su pecho y percibió su dolor.
—¿Estás bien? —preguntó suavemente.
—Tranquila, me pondré bien —dijo él, besándola con ternura.
M. D. Álvarez
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