Habían de caer del todo, sin duda alguna, pues aquella
higuera era muy vieja, vetusta, casi no se tenía en pie. Tendría unos ochenta
años. De los meneos que le estaba dando, no le quedaría ningún higo en sus
ramas.
Sus frutos, los más
exquisitos, se los había prometido a mi amada y no pararía hasta conseguírselos
todos. ¡Bueno era yo para cumplir sus mandatos!.
© M. D. Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario