No sé porque me han citado, pero
no era para nada bueno. El consejo se reunía en contadas ocasiones y siempre
para dilucidar delitos de sangre.
Yo era el escriba, que tomaba las
notas en cada sesión. Pero ese día me habían citado como testigo.
¿De qué? No tengo ni idea.
Acudiría como siempre con mis utensilios de escriba. Tan sólo tenía que decir
la verdad y todo saldría bien.
¡Que equivocado estaba! El
consejo que estaba compuesto por los más altos dignatarios necesitaba una
cabeza de turco. Y me toco a mí. Si lo llego a saber no me presento.
El consejo era una pandilla de
pomposos jerifaltes, que estaban acostumbrados a conseguir lo que quisieran.
© M. D. Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario