viernes, 3 de febrero de 2012

El consejo.


No sé porque me han citado, pero no era para nada bueno. El consejo se reunía en contadas ocasiones y siempre para dilucidar delitos de sangre.

Yo era el escriba, que tomaba las notas en cada sesión. Pero ese día me habían citado como testigo.

¿De qué? No tengo ni idea. Acudiría como siempre con mis utensilios de escriba. Tan sólo tenía que decir la verdad y todo saldría bien.

¡Que equivocado estaba! El consejo que estaba compuesto por los más altos dignatarios necesitaba una cabeza de turco. Y me toco a mí. Si lo llego a saber no me presento.

El consejo era una pandilla de pomposos jerifaltes, que estaban acostumbrados a conseguir lo que quisieran.

© M. D. Álvarez

No hay comentarios:

Publicar un comentario